La emigración es el acto y la consecuencia de emigrar: alejarse del lugar de origen o residencia para afincarse en otro diferente. Los seres humanos suelen emigrar a distintos puntos de su propio país o del extranjero para mejorar sus condiciones de vida; ciertos animales, para adecuarse a las necesidades de reproducción o de alimentación.
El término emigración, que procede del vocablo latino emigratio, también alude al conjunto de los individuos que emigran de un sitio. Cabe destacar que el emigrante de un país se convierte en inmigrante al arribar a su nueva tierra: en el fenómeno de la migración, por lo tanto, una persona primero es emigrante (al abandonar su país) y luego inmigrante (al instalarse en otro).
Como ya indicamos, hay que considerar que, más allá de la migración internacional, existe la migración interna. Una persona puede abandonar su hogar para instalarse en otras regiones de su nación.
Motivos de la emigración
La emigración se lleva a cabo por múltiples motivos. Uno de los más habituales es la economía. Cuando alguien no logra satisfacer sus necesidades materiales en su propio país, puede tomar la decisión de emigrar a otro que le ofrezca, al menos en teoría, mayores oportunidades de progreso. Muchos latinoamericanos, en este marco, emigran a Estados Unidos, Europa o Australia, que por lo tanto son países abiertos a la inmigración.
Debemos señalar que las ambiciones económicas distan de ser la razón más importante por la cual algunas personas deciden irse de su país. En muchos casos, es la falta de oportunidades a nivel vocacional en su propia tierra lo que los impulsa a dar este paso tan difícil como enriquecedor. Los artistas y los científicos que nacen en el lugar «equivocado» (es decir, en un país donde el gobierno no les brinda el apoyo necesario para desarrollarse) suelen convertirse en emigrantes para encontrar el respeto que se merecen.
El miedo al cambio
Por otro lado, la emigración provoca una división entre las personas que se atreven a dar este paso y las que temen el desarraigo y optan por quedarse en un país que los obliga a sufrir necesidades. El miedo es nuestro peor enemigo, y en estos casos se pueden apreciar sus consecuencias con mucha claridad: un país con un alto índice de desempleo, que no se preocupa por el mantenimiento de la vía pública y que somete a sus habitantes a un grado de inseguridad considerable no puede llamado «hogar», pero hay quienes prefieren eso a un sinfín de nuevas experiencias y oportunidades.
Este miedo no es infundado: cruzar la frontera no es fácil, ya que acarrea una serie de cambios que pueden marcar a la persona de una forma irreversible y exigirle esfuerzos que hasta entonces habría considerado imposibles de realizar. El aprendizaje de una nueva lengua o la adaptación a nuevos términos y usos, las diferencias culturales que se aprecian en el día a día, los productos que ya no están y los nuevos, la televisión, el cine, la radio y las amistades son algunos de los aspectos que la emigración vuelca violentamente al suelo y nos obliga a revisar para mantenernos en pie.
La emigración como recurso de supervivencia
En otros casos, la emigración obedece al objetivo de preservar la vida, amenazada por guerras, catástrofes ambientales o persecuciones sociales o políticas. Años atrás, por ejemplo, millones de sirios tuvieron que someterse a un desplazamiento forzado y dejar su tierra por la guerra civil, pidiendo asilo o convirtiéndose en refugiados en otras naciones.
Es importante mencionar que la emigración puede desarrollarse de manera legal (cuando el viajero cumple con todos los requisitos que exigen los Estados para el ingreso y el egreso de ciudadanos) o de forma irregular (si la persona cruza una frontera por lugares no habilitados y sin cumplir con trámites formales). Dependiendo del país, la emigración ilegal puede acarrear la prohibición de volver a entrar, algo que nadie desea enfrentar, especialmente si se trata de una búsqueda desesperada de nuevas oportunidades.
Siempre hay que considerar, por lo tanto, las leyes de inmigración para no tener problemas con las autoridades. Es necesario analizar cuestiones de política migratoria como las visas de trabajo, el permiso de residencia, etc., para evitar castigos o hasta la deportación.
La integración
La integración de los emigrantes a su tierra de acogida es clave para la convivencia. Si bien la globalización impulsó el multiculturalismo, la discriminación sigue estando presente en muchas sociedades, que dan muestras de xenofobia y racismo.
Cruzar fronteras puede modificar la situación legal de un individuo, pero eso no implica que pierda sus derechos humanos (que son irrenunciables e inalienables). Sin embargo, cuando hay una crisis migratoria, el movimiento de los sin papeles suele generar rechazo y mucha gente no se interesa por las causas de la migración. Los inmigrantes indocumentados, así, no solo no reciben acompañamiento ni ayuda para regularizar la situación, sino que también son víctimas de agresiones de distinta índole.
Incluso los migrantes que tienen su documentación en regla en ocasiones reciben ataques y burlas, ya sea por su forma de hablar, su vestimenta, sus costumbres o sus creencias. Hasta sus hijos, nacidos en la nueva tierra, se enfrentan con dificultades. Debe considerarse que la paz social siempre requiere de tolerancia, respeto y empatía, sin olvidar que los inmigrantes realizan grandes aportes al desarrollo económico y cultural.