La primera acepción de afectividad que menciona la Real Academia Española (RAE) en su diccionario refiere a la condición de afectivo. El término afectivo, en tanto, alude a lo vinculado al afecto (una pasión del ánimo, sobre todo el cariño o el amor).
La noción de afectividad puede hacer mención al conjunto de las emociones y los sentimientos de un individuo. Otro significado se relaciona con la tendencia de un sujeto a reaccionar de manera sentimental o emocional.
Analizando la afectividad
Puede entenderse la afectividad como el espacio (simbólico) donde se alojan las pasiones, las emociones y los sentimientos. Otro modo de comprender la afectividad es como la capacidad del ser humano de experimentar la realidad exterior en su interior, experimentándose a su vez a sí mismo.
La afectividad supone que las personas transforman en experiencias internas todo aquello que se encuentra en su conciencia. En este marco, conceden significado personal a sus relaciones sociales.
Partiendo de la afectividad, es posible afirmar que las pasiones, las emociones y los sentimientos inciden de múltiples maneras en la vida. La afectividad se conjuga con la razón para la interpretación del mundo y el desarrollo de la conducta.
Componente de los vínculos
La afectividad aparece en todas las interacciones humanas. Por eso se la debe considerar a nivel familiar, en las relaciones de trabajo y en el proceso educativo, por mencionar apenas algunas dimensiones o facetas.
Diversos psicólogos y expertos de otras áreas subrayan que se debe tener en cuenta la influencia de la afectividad en las interacciones sociales. Se trata de un factor que puede favorecer el encuentro o, por el contrario, provocar un distanciamiento.
No se puede obviar que los sentimientos constituyen un estado interior, aunque con manifestaciones exteriores. De hecho, pueden generar una conducta que se extiende en el tiempo. Por eso trabajar en la afectividad resulta clave para la armonía en la sociedad.
Educación de la afectividad
Numerosos pensadores sostienen que la afectividad debe educarse y que este proceso tiene que ponerse en marcha durante la niñez. El aprendizaje va mucho más allá de la capacidad intelectual: el modo de reaccionar o responder a los estímulos es tan importante como el intelecto.
La educación de la afectividad apunta a que el niño esté en condiciones de controlar y gestionar sus emociones, adaptándose a sí mismo y al entorno de manera tal que se sienta feliz. El objetivo es que los chicos, frente a diferentes situaciones y desafíos, puedan reaccionar de forma eficaz. Todo esto ayuda a la integración del pequeño a la comunidad y le permite forjar vínculos interpersonales saludables.
Evolución con el desarrollo
Para la psicología, la afectividad empieza a construirse con el nacimiento y se encuentra en pleno desarrollo hasta alcanzar la madurez. En este recorrido, los afectos se van estructurando.
En la primera infancia, los afectos se suelen orientar a los padres. De a poco, el niño adquiere la capacidad de dirigir la afectividad a otros familiares y luego a figuras externas, lo que supone que gana autonomía en cuanto a sus sentimientos.
Que la afectividad se desarrolle correctamente es imprescindible para tener una autoestima positiva. De hecho, llegada la madurez, la afectividad permite resolver eventuales problemas afectivos y traumas que, en su momento, dificultaron el crecimiento integral.