La noción de cría se emplea para nombrar al acto y el resultado de criar un ser vivo. El término también puede utilizarse con referencia a la persona o el animal que se encuentra en etapa de crianza y al conjunto de los descendientes que se tienen en un alumbramiento.
Criar implica alimentar, cuidar y educar al nuevo individuo o ejemplar. Una cría requiere del apoyo material y afectivo de adultos para subsistir y desarrollar todo su potencial.
Puede decirse, en definitiva, que una cría es un ser viviente que se produce a través de la reproducción, con la intervención de al menos un progenitor. En el caso del ser humano, la reproducción sexual requiere la participación de un hombre y de una mujer en el proceso.
Es importante mencionar, de todos modos, que la idea de cría no suele usarse respecto a los humanos: a un bebé no se le dice cría. En cuanto a la tarea de proteger y alimentar al bebé, se la llama crianza.
La acepción más habitual de cría se vincula a la producción de nuevos ejemplares de animales a través de la ganadería. Se trata de una actividad muy importante para la economía a nivel mundial.
La cría de vacas, por ejemplo, se lleva a cabo para obtener leche, carne, cuero y otros productos. El ser humano, en este sentido, explota a la especie animal: aplica diversas técnicas para obtener crías, que luego hace reproducir o sacrifica según sus necesidades.
La cría equina, por su parte, se orienta al nacimiento y el desarrollo de caballos, burros o mulas. Los nuevos ejemplares, una vez que crecen, pueden destinarse a actividades creativas, deportes o trabajos de carga.
El animalismo y la cría de animales
Uno de los puntos fundamentales del animalismo, así como de cualquier otro movimiento que luche contra las muchas formas de maltrato que lleva a cabo el ser humano, es que no debería existir una distinción entre animalistas y «no animalistas», del mismo modo que no deberíamos aceptar un mundo en el cual coexistan «no abusadores sexuales» y abusadores sexuales. El objetivo último de quienes ayudan a los demás es generar consciencia, no una guerra.
Sin embargo, la cría de animales con fines comerciales es la base de la economía mundial, y esto nos lleva a un terreno muy escabroso: el de los intereses económicos. Cuando uno de los elementos en juego es el dinero, todo pierde peso para ciertas personas, y por eso el animalismo les resulta tan molesto, tan ruidoso.
Como bien se expresa en algunos párrafos anteriores, los animales deben ser explotados para su cría por parte del ser humano; no se ofrecen voluntariamente para crecer hacinados en entornos colmados de violencia, para ser despojados de sus hijos, torturados y, finalmente, asesinados. A simple vista, ningún argumento en favor de la explotación animal (o de cualquier otro tipo) parece tener futuro en una conversación; sin embargo, la necedad humana la defiende a los cuatro vientos.
Una de las excusas más lamentables de quienes apoyan la cría y el maltrato de los animales, tanto con fines alimentarios como de ocio, es que «ellos no sienten dolor«. Si bien no debería ser necesario que nadie condujese un experimento científico para refutar esta idea, ya lo han hecho; claro que nada es más poderoso que los intereses económicos, y por eso los animales siguen siendo objetos con los que el ser humano cumple sus más retorcidos caprichos.
La lucha contra la cría de animales, entre otras prácticas de explotación, no es algo nuevo, aunque los detractores del animalismo disfrutan tildándola de «moda»: en el año 1822, se promulgó en Inglaterra la primera ley europea opuesta la crueldad y el abuso de corderos, vacas y caballos.