Empresarismo es un término que no forma parte del diccionario de la Real Academia Española (RAE). Sin embargo, suele utilizarse con frecuencia en el ámbito de los emprendimientos y los negocios.
El empresarismo se considera como la evolución del emprendedorismo, emprendedurismo o emprendurismo. Dicho de otro modo: si el emprendedorismo prospera, llega la etapa del empresarismo. Esto se debe a que el emprendimiento inicial se transforma en una empresa en funcionamiento.
El empresarismo permite que se desarrolle un tejido empresarial y que los emprendedores adquieran las competencias necesarias para posicionarse como empresarios, asumiendo las responsabilidades y disfrutando los beneficios que eso implica. Por eso la noción se vincula con múltiples aspectos, desde económicos hasta legales pasando por psicológicos y sociales.
Puede afirmarse que el empresarismo es el proceso que supone la puesta en marcha de una nueva empresa. La persona que impulsa el proyecto tiene que encargarse de la organización de los recursos que dispone para lograr brindar servicios u ofrecer productos en el mercado.
Dado que se trata de los primeros pasos de la compañía, el empresarismo requiere manejarse en un contexto de incertidumbre y con diversos tipos de riesgos. Es importante que el emprendedor/empresario tenga en claro sus metas y sea perseverante para estimular el crecimiento de su negocio y lograr su consolidación.
Para que el progreso sea posible y el empresarismo avance con éxito, resulta indispensable que el emprendedor se capacite. La adquisición de conocimientos es clave para minimizar las posibilidades de fracaso y para optimizar las prácticas cotidianas.
Dicho todo esto, debemos señalar que el concepto de empresarismo se suele asociar con las pequeñas y medianas empresas, así como con los emprendedores independientes. Esto significa que por lo general vemos este término en contextos relativamente modernos, en las historias de las compañías de los últimos tiempos.
Sin embargo, esto no quiere decir que si analizamos el surgimiento de las empresas fundadas hace muchas décadas notemos tantas diferencias en la práctica: muchas de ellas comenzaron con una idea brillante, escaso capital y una o dos personas al frente. La diferencia es que en aquella época no se usaban conceptos como éste, que en la actualidad ayudan a trazar esos primeros pasos porque se ven acompañados de oportunidades, tanto de formación como de apoyo económico.
La idea es la semilla de cualquier emprendimiento. Claro que tan sólo en este punto podemos estar días, meses o años: no basta con una idea, ni siquiera con una excelente o innovadora, sino con un buen plan para llevarla a la realidad. Basta con echar un vistazo a cualquier lista de productos y servicios que hayan fracasado en la historia del mercado para notar que muchas de las ideas en las que se basaban eran adelantadas a su tiempo; el problema, en general, está en la ejecución.
Si lo pensamos de este modo, el empresarismo existe de manera independiente al destino de la empresa: ya sea que tenga éxito o fracase rotundamente, su surgimiento tiene lugar y consiste en un largo proceso de varios pasos que se complementan. En el mejor de los casos, se debe apoyar en una ventaja competitiva, es decir en una característica que la ponga por delante de las demás compañías, para captar la atención del público con mayor intensidad.
Las características de una auténtica ventaja competitiva para que el empresarismo pueda florecer son las siguientes:
* debe ser única, o al menos distinguirse de otra que se le parezca. Por ejemplo: una tecnología que no tenga la competencia, o bien una versión mejor;
* debe ser posible mantenerla en el largo plazo;
* la superioridad que le confiera a la empresa que la ostenta debe ser notable;
* debe poder aplicarse a situaciones diferentes dentro del mercado. Por ejemplo: si la tecnología atrae a consumidores con intereses variados y no solamente a un grupo reducido.
