Se llama glifosato a un herbicida de uso extendido que, de acuerdo a diversos estudios, podría ser cancerígeno para el ser humano. Por eso su utilización suele ser motivo de debate y polémica en distintos ámbitos.
Esta sustancia, denominada N-fosfonometilglicina según la nomenclatura de la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (cuya sigla en inglés es IUPAC), es específicamente el ingrediente activo de varios herbicidas. Funciona mediante la inhibición de una enzima que tiene un rol clave en el desarrollo y la subsistencia de las plantas.
El glifosato puede inyectarse en tallos o troncos o aplicarse sobre las hojas. Al inhibir la enzima y afectar la síntesis de aminoácidos, el crecimiento de la planta se interrumpe y el ejemplar termina muriendo luego de marchitarse.
La comercialización de glifosato se inició en 1970, cuando la empresa Monsanto comenzó a vender el herbicida Roundup. Desde entonces, se esparcieron más de 8600 millones de kilogramos de glifosato en campos de todo el mundo, de acuerdo a las cifras de Greenpeace. En la actualidad, más de un centenar de los herbicidas de uso comercial en España autorizados oficialmente para la jardinería, la silvicultura y la agricultura contienen glifosato.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) calificó el glifosato como «probablemente cancerígeno» para las personas. Los agricultores y sus familias, por lo tanto, podrían encontrarse en riesgo. Pero el glifosato también afecta al resto de la población y al medio ambiente, ya que la sustancia penetra el suelo y llega al agua, de manera que está presente en muchos de los alimentos que consumimos a diario.
Pese a las advertencias de la OMS, Monsanto sostiene que el glifosato tiene un «bajo riesgo» para la salud ya que la enzima que inhibe no está presente en el ser humano ni en los animales. Además afirma que hay investigaciones que lo definen como un producto «prácticamente no tóxico».
En resumen, cada año se rocían millones de hectáreas de terrenos de cultivo y parques con glifosato. Cuando penetra el suelo, llega no sólo a nuestros alimentos sino al agua que bebemos. A pesar de las decenas de denuncias que han intentado prohibir su uso en la agricultura con historias reales de muertes o intoxicación, el producto continúa en vigencia en todo el mundo.
Como se menciona en un párrafo anterior, la OMS llegó a considerar los potenciales efectos cancerígenos del glifosato para los animales, pero esto nunca ha derivado en una medida terminante, es decir, en su prohibición. Otro de los supuestos efectos nocivos en la salud es la alteración del sistema endocrino, que afecta negativamente la reproducción.
Los grupos de riesgo principales del glifosato son los individuos que lo usan en su ámbito de trabajo y sus familias, en especial los niños. Sin importar el tipo de dieta que tengamos, casi todos los seres humanos estamos expuestos a los riesgos de este herbicida, ya que su contaminación tiene un alcance considerable, que afecta a especies animales y vegetales, terrestres y acuáticas.
Greenpeace propone solucionar el problema del glifosato a través de la agricultura ecológica, la opción más adecuada para proteger la salud a la vez que respetamos el medio ambiente. Tanto en la agricultura como en la jardinería y la silvicultura ecológicas, existen diversas técnicas de control para evitar el crecimiento de la maleza y la proliferación de las plagas de insectos.
Por ejemplo, en lugar de usar herbicidas sintéticos se recurre a la eliminación, tanto mecánica como manual, a la rotación de cultivos e incluso al pastoreo. Además, cuando las plantas espontáneas se encuentran en las zonas colindantes de los cultivos tienen una gran utilidad: alimentar a las abejas y otras especies polinizadoras y también dar refugio a aquéllas que colaboran con el control de plagas de forma natural, ya que se alimentan de los insectos que afectan los cultivos.