Identidad es una palabra de origen latino (identitas) que permite hacer referencia al conjunto de rasgos propios de un sujeto o de una comunidad. Estas características diferencian a un individuo o a un grupo de los demás. La identidad también está vinculada a la conciencia que una persona tiene sobre sí misma.
La identidad nacional, por su parte, es una condición social, cultural y espacial; se trata de rasgos que tienen una relación con un entorno político ya que, por lo general, las naciones están asociadas a un Estado (aunque no siempre sea así).
La identidad nacional y la nacionalidad
La nacionalidad es un concepto cercano a la identidad nacional. Las personas que nacen en Brasil, por ejemplo, son de nacionalidad brasileña y tienen documentos legales que acreditan dicha condición. Estos individuos, por lo tanto, tiene identidad brasileña.
Sin embargo, el aspecto más simbólico de la noción puede variar en cada caso. Una persona que nace en Brasil (tiene nacionalidad brasileña) y a los cinco años de edad se marcha al exterior, puede perder o descuidar, con el paso del tiempo, su identidad nacional. Si dicho sujeto, después de pasar sus primeros cinco años de vida en Brasil, vive los cuarenta años siguientes en Australia, sin regresar nunca a su tierra natal, es probable que mantenga su nacionalidad desde el punto de vista jurídico, pero no su identidad social o cultural.
En otros casos, la identidad nacional puede existir sin que esté certificada por un documento legal. Los gitanos pueden hablar de identidad nacional pese a que su nación no cuenta con un territorio propio o un Estado que los ampare como colectivo social. Un hombre, por lo tanto, puede tener nacionalidad española o de cualquier otro país e identidad gitana.
Intercambio cultural
Retomando el concepto puro de identidad, es importante resaltar que uno de sus matices fundamentales es la visión que una persona tiene sobre sus propias características, cómo cree que los demás la perciben cuando la ven, cuando la escuchan, cuando tratan con ella. Es justamente este aspecto tan personal, tan privado, el que afecta de manera incuestionable la rigidez de la identidad nacional; ni siquiera es necesario haber vivido en un país para sentirse parte del mismo, aunque esto no se dé muy frecuentemente.
Si bien el intercambio cultural ha tenido lugar desde hace cientos de años, como se puede comprobar investigando acerca de la vida de escritores y compositores, los avances tecnológicos en el ámbito de las comunicaciones facilitan cada vez más el acercamiento a otras tierras sin necesidad de moverse de la propia. Internet nos permite aprender de una forma que hace tan sólo unos años tan sólo la ciencia ficción podía describir, y esto repercute en una riqueza que debilita cada vez más las cadenas que separan a una nación de otra.
Identidad nacional y estilo de vida
Para quienes han nacido en la era de la televisión, palabras de origen extranjero como stop o play nunca fueron extrañas; del mismo modo, han sabido incorporar email, Internet y streaming, entre tantos otros términos, para adaptarse a las crecientes posibilidades que ofrece la tecnología. Algo similar ocurre con los géneros musicales: una pareja de japoneses bailando tango en un teatro de Kyoto resulta tan común como un español interpretando un rap escrito por él mismo, en su propio idioma.
¿Cuánto queda de identidad nacional en estos últimos dos ejemplos? Si se toma en cuenta la cantidad de horas necesarias para entrenarse en una disciplina como el baile o el canto, en el caso de una persona que dedica su vida a estudiar un estilo creado a miles de kilómetros de su hogar, en otra época, con un contexto sociocultural absolutamente diferente y en otro idioma, seguramente dichas personas no tengan mucho tiempo disponible para la danza nenbutsu o el cante jondo. La pregunta es, por lo tanto, si es necesaria, o positiva, la identidad nacional.