El vocablo latino imberbis llegó al castellano como imberbe. Se trata de un adjetivo que se utiliza para calificar a quien aún no le crece la barba.
De acuerdo a esta definición, los niños, los adolescentes y los jóvenes que, por cuestiones de desarrollo, no tienen barba, son imberbes. El concepto también se usa de manera simbólica para aludir a aquel que carece de experiencia.
Por ejemplo: “Recién vi a un imberbe pintando un monumento con un aerosol”, “Tres imberbes pretendían explicarme cómo tengo que desarrollar mi trabajo”, “Necesitamos a alguien capacitado para presidir la empresa, no a cualquier imberbe”.
La idea de imberbe suele aparecer en crónicas y en narraciones periodísticas para nombrar a individuos de escasa edad. Muchas veces permite hacer hincapié en esa juventud, sobre todo si los sujetos en cuestión consiguen logros que se asocian a personas más grandes.
Tomemos el caso de un futbolista de 17 años que, en la final de un torneo, anota tres goles y le da la victoria a su equipo. Todos sus compañeros y sus rivales tienen más años, por eso las notas de los periodistas destacan que un imberbe resultó decisivo en el trámite del juego y sorprendió al marcar diferencias.
Los seres humanos vivimos sometidos a un gran número de imposiciones sociales, la mayoría de las cuales no percibimos de manera consciente aunque nos acompañen y nos condicionen a diario. Lo normal es que a los individuos de sexo masculino se les inculque la necesidad de exhibir su fuerza física y a los de sexo femenino, su dulzura, entre otras cualidades. Nos enseñan que «el hombre debe proteger a la mujer», entre otras cosas que poco a poco van quedando en el arcón de la prehistoria.
Si bien todas las razas no tienen las mismas características físicas, los hombres suelen tener mucho más vello que las mujeres. Esto se considera un símbolo de hombría; es decir, a más vello corporal, mayor masculinidad. ¿Qué pasa con el resto de los hombres? Técnicamente contamos con el término lampiño para describir tanto esta situación como la falta de barba en un adulto. Sin embargo, si recurrimos a imberbe, puede adoptar el carácter de insulto, precisamente porque quien lo recibe recuerda que no cumple con las expectativas de la sociedad.
Ahora bien, las presiones no comienzan en la adultez, sino que nos invaden desde el útero mismo. Las familias que compran ropa celeste o rosa para sus bebés recién nacidos, según sean de sexo masculino o femenino, respectivamente, dan el primer paso hacia el machismo incluso antes de que su hijo pueda abrir los ojos. De este modo, un varón de unos pocos años de edad siente la presión de convertirse en un hombre, algo que también alimentan los juguetes típicos «de niño», como ser un balón de fútbol, cochecitos y soldaditos.
Esto nos lleva una vez más al término en cuestión: si a un adolescente le dicen imberbe, probablemente le moleste porque sienta el peso de aún no ser un hombre, ese objetivo que con tanta fuerza le impusieron al nacer. Además, quizás sienta miedo de nunca conseguirlo, ya que, como se menciona en un párrafo anterior, no todos tienen la misma cantidad de vello facial.
En Argentina, el término está asociado a un episodio histórico. En un discurso que pronunció el 1 de mayo de 1974 en la Plaza de Mayo, el presidente Juan Domingo Perón calificó como “imberbes” a los integrantes de la agrupación Montoneros, quienes cantaban consignas con reclamos hacia el líder político. Finalmente los miembros de Montoneros abandonaron la plaza mientras Perón seguía hablando desde el balcón de la Casa de Gobierno.