El paroxismo es la exageración de algo. La noción, que procede de la lengua griega, suele emplearse con referencia a la expresión enardecida de una opinión o un sentimiento, aunque también aparece en el ámbito de la medicina (entendido como la manifestación violenta de una enfermedad).
El paroxismo, por lo tanto, puede considerarse como una figura retórica que consiste en exagerar y reflejar con pasión desmedida alguna cuestión. Si un joven observa a una mujer que le resulta atractiva, puede comentarle a un amigo: «Mira qué linda chica que camina por la plaza». Un paroxismo aplicado a la misma situación podría ser: «Mira a aquella diosa celestial que pasea su hermosura sin igual y enaltece el sentido de la vista, llenando de fuego nuestros corazones».
Paroxismo y fanatismo
Los paroxismos suelen aparecer vinculados al fanatismo. Una persona puede indicar que Lionel Messi es un gran jugador de fútbol pero, si lleva ese reconocimiento hacia un paroxismo, podría indicar: «No existió persona en la historia que tenga una habilidad similar a la de Lionel Messi, el único ser humano que puede realizar milagros dentro del campo y que no tiene ningún oponente capaz de hacerle sombra».
En el ámbito de la política, los paroxismos pueden surgir por parte de los admiradores de un líder carismático o de los seguidores de un déspota: «El amado General Cupittol, único líder de estas tierras, es un hombre valiente que, con su ejemplo y su maestría, guía a su pueblo todos los días y lo defiende de los enemigos que quieren dañarlo, recibiendo el amor de las masas por sus fantásticas acciones cotidianas».
La histeria
También conocido con el nombre de histeria femenina, el paroxismo histérico fue una enfermedad que la medicina de Occidente diagnosticó hasta la segunda mitad del siglo XIX. Durante la época victoriana, este trastorno se asociaba a un gran gran número de síntomas, tales como dificultad para dormir, desmayos, retención de líquidos, espasmos musculares, sensación de pesadez en el abdomen, irritabilidad, dolores de cabeza intensos, actitudes «conflictivas», pérdida de apetito y respiración entrecortada.
El tratamiento que recibían las pacientes diagnosticadas con esta supuesta enfermedad se denominaba masaje pélvico, y consistía en la estimulación de sus genitales por parte del médico hasta que alcanzaran el orgasmo, el cual se conocía en ese entonces como paroxismo histérico, por creer que el deseo sexual reprimido era una anomalía. Sin embargo, esto respondía simplemente a que el rol de la mujer estaba reducido a la reproducción, sin lugar para el placer que en la actualidad se asocia a las relaciones sexuales. Otro de los procedimientos normales para tratar la histeria femenina era el lavaje vaginal.
Sigmund Freud estudió el paroxismo histérico y así comenzó a divisar la existencia del inconsciente, además de la ya conocida conciencia, y llegó a la conclusión de que esta enfermedad surgía como respuesta a un trauma que había sido reprimido en este plano al cual no se tenía acceso voluntariamente, y que afloraba sin remedio a través de ataques que parecían inexplicables. Estos razonamientos basados en las consecuencias de la insatisfacción sexual fueron las bases del actual psicoanálisis.
A mediados del siglo XIX, muchas mujeres eran diagnosticadas con histeria femenina, y esto se debía a la falta de precisión de los síntomas asociados a esta enfermedad; prácticamente, cualquier molestia que sufriera una mujer podía dar pie a los tratamientos antes expuestos. Curiosamente, la invención del vibrador tuvo lugar en 1870 y llegó al mercado a finales de siglo, una década antes que la aspiradora y la plancha. Lejos de ser un tabú, como en la actualidad, este dispositivo aparecía con normalidad en catálogos de electrodomésticos de principios del 1900.