El verbo posponer, también aceptado por la Real Academia Española (RAE) como postponer, alude a ubicar algo o a alguien después de una cosa o de otro individuo. A lo pospuesto, de este modo, se le otorga un valor o una importancia inferior.
Por ejemplo: “No deberías privilegiar el trabajo y posponer a tu familia”, “El entrenador volvió a posponer al jugador argentino, que no fue convocado”, “Si me vas a posponer otra vez, no quiero seguir en esta relación”.
El término proviene del latín postponĕre, formado con los vocablos post (que se traduce como “después de”) y ponĕre (traducible como “poner”). Su uso más habitual hace referencia a no realizar una acción, con la intención de llevarla a cabo en el futuro.
Posponer, en este marco, implica retrasar o demorar un acto o un evento. Aquello que se pospone no se cancela ni se anula: simplemente se lo posterga: “El abogado pidió posponer el comienzo del juicio debido al estado de salud del acusado”, “Aunque soñamos con tener un hijo, con mi esposa tomamos la decisión de posponer la paternidad para concentrarnos en nuestras carreras profesionales”, “El árbitro se vio forzado a posponer el inicio del partido por las malas condiciones meteorológicas”.
Supongamos que un joven planea celebrar su graduación organizando una fiesta en su casa. En un primer momento, convoca a sus amigos y familiares a asistir a la reunión que tendrá lugar el sábado. Sin embargo, dos días antes, se enferma y un médico le indica que debe guardar reposo durante al menos una semana. Frente a esta situación, el muchacho opta por posponer el festejo hasta mejorarse.
El acto de posponer o postergar las obligaciones que se vuelve una costumbre se denomina procrastinación. Es un «mal», por así llamarlo, que puede llegarnos en cualquier momento de la vida e impedirnos alcanzar nuestros objetivos, llevándonos a creer que no podemos actuar de otra manera. Pero esto no es cierto.
Posponer aquellas actividades que nos exigen en la escuela o la oficina, o incluso las que nos imponemos nosotros mismos como parte de nuestros proyectos personales no sólo es la peor manera de proceder sino que se puede evitar por medio de diferentes ejercicios basados en la autodeterminación y la voluntad. Nadie es así de por vida, incluso si ha tenido esta tendencia durante años o décadas.
El problema puede tener su origen en diferentes preconceptos, que dependen de la personalidad y las experiencias propias de cada individuo. Algunos deciden dejar para más adelante sus obligaciones porque tienen tanto miedo de no llegar a tiempo que se bloquean y no consiguen sentarse a trabajar. Este caso es el más común, y viene enmascarado de un sinfín de justificaciones que refuerzan la decisión. Por otro lado están quienes no quieren ser conscientes de la dificultad que acarrea aquello que están posponiendo, sino que se hacen creer que «todavía queda mucho tiempo»; llegado el momento, en cambio, se dan cuenta de que tendrán que correr contra el reloj para terminar.
No debemos dejar de mencionar las situaciones en las que la cosa que se pospone es una reunión, en particular una de ocio, con amigos o familiares: no es lo mismo un eventual cambio de fecha que la costumbre de dejar para más adelante un encuentro con gente a la que supuestamente queremos ver. Ante esta tendencia es importante revisar nuestras relaciones personales para encontrar las causas, porque sólo puede existir si hay un problema de fondo, algo que no hayamos resuelto con alguna o todas esas personas a las que evitamos con tanta frecuencia. Como se menciona más arriba, posponer no es anular, y por lo tanto tarde o temprano tendremos que enfrentarnos con el conflicto.