A la hora de dejar patente el origen etimológico de la palabra promiscuidad podemos establecer, de manera clara, que aquel se encuentra en el latín. En concreto, emana del vocablo promiscuus, que puede traducirse como “revuelto” y que está compuesto por dos partes diferenciadas: el prefijo pro-, que es equivalente a “hacia delante”, y el verbo miscere, que es sinónimo de “mezclar”.
El diccionario de la Real Academia Española (RAE) define a la promiscuidad como la convivencia con personas de distinto sexo o la mezcla y confusión. El concepto, sin embargo, está asociado a la práctica de relaciones sexuales con diferentes parejas o grupos sexuales.
Se trata, por lo tanto, de una noción opuesta a la monogamia (vinculada al mantenimiento de relaciones con una única pareja). La promiscuidad puede darse tanto entre los seres humanos como en los animales.
Promiscuidad según la OMS
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la promiscuidad tiene lugar cuando un sujeto tiene más de dos parejas sexuales en menos de seis meses. Dicha acepción, de todas formas, no es exacta ya que la idea de promiscuidad puede variar con el tiempo y según las culturas.
Además de todo lo expuesto hay que establecer que se considera que existen dos tipos de promiscuidad. Así, por un lado, estaría la llamada pasiva, que es la que llevan a cabo las personas que están condicionadas por la sociedad y que, por tanto, ven reprimida su condición sexual. En ocasiones, de manera puntual pueden ser infieles llegando a compaginar a varias parejas en el mismo tiempo, sin que ellas lo sepan.
Y por otro lado, está la promiscuidad activa. En este caso, podemos decir que esta es la que practican quienes disfrutan continuamente de encuentros sexuales esporádicos, sin ningún tipo de atadura sentimental. Tal es la forma en la que viven su condición sexual que esto puede suponer que sean habituales clientes de prostíbulos o que participen en citas de alto contenido sexual como pueden ser los tríos o las orgías.
La mirada social
En las grandes ciudades occidentales, por ejemplo, por estos días es habitual que los jóvenes mantengan relaciones sexuales ocasionales cuando salen a bailar o a divertirse por las noches. Sin embargo, esta conducta no suele ser condenada socialmente ni incluye acusaciones de promiscuidad.
Mientras que socialmente la promiscuidad aparece como lo contrario a la monogamia, la religión opone el término a la castidad (la virtud que supone la abstención de los placeres carnales).
Con la denominada liberación sexual, la promiscuidad pasó a ser más tolerada y perdió su veta escandalosa. La vida cotidiana de ciertas personas incluye la promiscuidad como algo habitual.
Actualmente, aunque la sociedad ha ido cambiando y se tolera más la promiscuidad, esta actitud aún no está igualmente bien vista según si el sujeto es un hombre o una mujer. En el caso de que sea un varón el que la lleva a cabo se considera que es un ligón, pero en muchos ámbitos si lo mismo lo realiza una fémina, a esta se le acusa de ser “una cualquiera”.
Es importante tener en cuenta que, más allá de cualquier condena moral a este tipo de conductas, la promiscuidad requiere de la práctica de sexo seguro para evitar las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos no deseados.