La revolución francesa fue un proceso social y político que tuvo lugar entre 1789 y 1799 en Francia y que, con el tiempo, se extendió a otros países. Entre sus principales consecuencias, aparece el derrocamiento del rey Luis XVI, lo que supuso el fin del Antiguo Régimen (un sistema donde el poder recaía en una única persona y donde no existía la movilidad social).
Es importante dar a conocer que existen varias causas que fueron las que motivaron que se pusiera en marcha la citada revolución francesa. En concreto, entre las mismas se encuentran el que en ese momento existiera una burguesía que había ido ganando poder económico y demandaba también un papel a nivel político, que la monarquía fuera una institución cerrada y rígida, que existiera una importante crisis económica, que las clases populares estuvieran muy descontentas con la situación y que se hubieran ido extendiendo nuevas ideas llamadas ilustradas.
En este último sentido, hay que subrayar que las mismas se enmarcaban dentro del movimiento conocido como Ilustración que básicamente se sustentaba en tres valores e ideas principales: la libertad, la razón y la igualdad. Entre los personajes más relevantes que abogaron y defendieron aquella se encuentran Rousseau, Montesquieu, Voltaire o Diderot.
Revolución francesa y el fin del absolutismo
Con la abolición de la monarquía francesa, se proclamó la Primera República. El periodo revolucionario tuvo contradicciones internas y divisiones entre sus mismos impulsores, hasta que, en 1799, Napoleón Bonaparte concretó un golpe de estado, dando por finalizada la revolución y sus medidas.
La revolución francesa supuso el final del absolutismo y el surgimiento de la burguesía (pequeños capitalistas) como clase social dominante. El poder dejó de ser hereditario o divino, sino que, en teoría, cualquier persona podía ser elegida para acceder al gobierno.
La toma de la Bastilla
Muchos fueron los episodios que se desarrollaron dentro de la revolución francesa, no obstante, entre todos ellos hay uno que pasó a ser el símbolo y el culmen de la misma. Nos estamos refiriendo a la conocida toma de la Bastilla, que tuvo lugar el 14 de julio de 1789.
Un acto aquel que consistió en el asalto de dicha fortaleza y prisión por parte de la ciudadanía francesa. Con él no sólo se consiguió liberar a algunos encarcelados sino también defender a los representantes populares y, sobre todo, acabar con un símbolo del absolutismo monárquico. Y es que la Bastilla se había convertido además en el mayor peligro para el pueblo pues el rey había ordenado que los cañones de aquella apuntaran a los barrios obreros.
Libertad, igualdad y fraternidad, pilares de la revolución francesa
Cabe destacar que, en 1789, la Asamblea Nacional Constituyente de Francia publicó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y estableció el principio de libertad, igualdad y fraternidad como base del sistema.
Otra circunstancia nacida con la revolución francesa que se mantuvo en el tiempo fue la división política entre izquierda y derecha, originada por las agrupaciones que se daban dentro de la Asamblea. Los conservadores y aristócratas se sentaban del lado derecho; los más radicales, en cambio, ocupaban el sector izquierdo. Allí se creó la concepción de políticas de derecha o de izquierda, de acuerdo al sitio ocupado por los asambleístas.