Antónimo es una idea que se emplea en el terreno de la lingüística a la hora de clasificar las palabras. Se establece que un término es antónimo de otro cuando enuncia un concepto contrario u opuesto al mismo.
Un antónimo, por lo tanto, siempre adquiere esta clasificación al establecer un vínculo con su opuesto. Es decir: ningún término es antónimo por sí solo. Lo mismo ocurre con los sinónimos, que son términos que expresan un significado semejante o igual al de otros.
Por ejemplo: “joven” y “viejo” son antónimos. El primer concepto alude a algo o alguien de escasa edad o antigüedad, mientras que la segunda noción refiere a lo contrario: a algo o alguien de muchos años de vida o existencia. Puede decirse, de este modo, que un hombre no puede ser “joven” y “viejo” de manera simultánea. Si es “joven”, no es “viejo” y viceversa, ya que los antónimos expresan lo opuesto.
Se habla de antonimia para definir la condición de antónimo; es decir, la relación que se da entre dos palabras que presentan significados opuestos. Existen diferentes tipos de antónimos: si bien todos sirven para comparar o contrastar dos significados, los matices que aporta cada uno de ellos son diferentes, así como los casos en los cuales se utilizan.
Antónimos recíprocos
En primer lugar, hablaremos de los antónimos recíprocos, es decir de aquellos que necesariamente requieren de la existencia del otro. En este contexto, podemos mencionar las acciones de “pagar” y “cobrar”. Para que una persona “pague” algo, otra tiene que “cobrarlo”. No se puede “pagar” una cosa si nadie la “cobra”.
La fuerza que podemos apreciar en el vínculo entre dos antónimos recíprocos es muy particular e interesante desde un punto de vista lingüístico y, más precisamente, desde la perspectiva de la semántica. Una vez que comprendemos que cada componente de esta serie de pares siempre cuenta con su complementaria, podemos aprovecharnos de esta dependencia para hacer un uso más rico y sutil del lenguaje.
Los complementarios
Los antónimos complementarios, por su parte, eliminan sus significados entre sí. Si una persona está “casada”, no puede estar “soltera”. Es imposible estar “casado” y, de manera simultánea, ser “soltero”.
En este caso se da un fenómeno similar al de los antónimos recíprocos, en cuanto a que la fuerza que existe en su relación es imposible de ignorar: uno anula al otro, y esto también puede servir para optimizar el uso de la lengua, ya que nos permite decir más con menos.
Gracias a la acción que un término produce sobre su antónimo complementario, no sólo podemos evitarnos usar ambos en una misma oración, sino que también podemos insinuar el significado de uno de ellos simplemente con el otro. Por ejemplo, si tomamos en cuenta la relación que se da entre las palabras «limpio» y «sucio», alguien podría decir con un cierto desprecio que «su estudio no estaba precisamente limpio», para evitar el uso de «sucio», cuyo significado es el que en realidad se aprecia en su opinión.
Antónimos graduales
Los antónimos graduales, por último, ejercen una oposición que es gradual, ya que entre ambos hay otros términos con un grado diferente. “Caliente” y “frío” son antónimos graduales: entre ellos hay adjetivos como “tibio” o “templado”.
Aquí entran en juego especialmente los modismos y los regionalismos, así como las diferentes jergas, ya que cada grupo de personas expresa con términos y grados de precisión diferentes los conceptos relacionados con la temperatura, el color y la intensidad del sonido, por ejemplo. Continuando con los términos «frío» y «caliente», podemos decir que entre ellos hay muchas posibilidades ajenas al ámbito académico de la lengua, como «bastante caliente» o «fresquito».