El adjetivo bizantino alude a aquel o aquello vinculado a Bizancio, una ciudad de la Antigua Grecia que fue la capital de Tracia. Esta localidad se hallaba al ingreso del estrecho del Bósforo, ocupando un sector que hoy forma parte de la ciudad turca de Estambul.
El Imperio bizantino fue un Estado que heredó territorios y estructuras del Imperio romano. A lo largo de la Edad Media y al empezar el Renacimiento, el Imperio bizantino se extendió por la zona oriental del Mediterráneo y resultó muy importante para defender al cristianismo y rechazar la expansión del islam hacia el occidente europeo.
El Imperio bizantino, una potencia
Con Bizancio como capital, el Imperio bizantino fue una potencia comercial, militar y cultural cuyo legado se puede apreciar incluso en la actualidad. Aunque resulta muy difícil mencionar estadísticas fiables, hay historiadores que sostienen que el Imperio bizantino llegó a contar con unos 25 millones de habitantes.
La agricultura y la industria textil eran los principales recursos económicos del Imperio bizantino. Su moneda era el sólido bizantino, instaurada por Constantino I el Grande.
El ejército bizantino, por su parte, fue la evolución histórica del ejército romano. Organizada en thematas, se trató de la fuerza más poderosa del continente europeo. Contaba con infantería (pesada y ligera), caballería, artillería y otros cuerpos.
La importancia del arte
El arte bizantino, por último, es un concepto que alude a las manifestaciones artísticas desarrolladas en la zona de Bizancio. Una de sus expresiones más reconocidas es la arquitectura bizantina, que dio lugar a la Iglesia de los Santos Apóstoles, la Iglesia de los Santos Sergio y Baco y la Iglesia de Santa Irene, entre otros edificios de importancia.
Podemos decir que los orígenes del arte bizantino se encuentran en el siglo V. A partir de entonces, se enraizó con fuerza en oriente y en el mundo helenístico, continuando el legado del arte paleocristiano y como el resultado de la fusión entre los estilos romanos y griegos.
Desde entonces, el arte bizantino cobró cada vez más definición, un carácter más propio que se puede apreciar especialmente a partir del año 527, junto con el reinado del emperador romano Justiniano I, momento en el cual comenzó la Primera Edad de Oro. Esta etapa duró hasta el año 726 y representó el nacimiento de los aspectos formales del arte bizantino.
Esta primera etapa llegó a su fin cuando apareció la querella iconoclasta. El término iconoclasta hace referencia a las personas que practican la iconoclasia, es decir, la destrucción de obras de arte de carácter sagrado. Precisamente, el emperador bizantino León III, quien gobernó desde el año 717 hasta 741, dio la orden de eliminar todas las representaciones los santos, de la Virgen María y de Jesús.
El foco principal de la crisis que se desató a causa de la querella iconoclasta fue el arte figurativo. Desde el año 726 y hasta 843, tuvo lugar un marcado enfrentamiento entre los iconoclastas y los iconódulos, aquellos que veneraban las imágenes que los primeros destruían.
La Segunda Edad de Oro del arte bizantino
Medio siglo más tarde, en el año 913, comenzó la Segunda Edad de Oro del arte bizantino. Esta etapa se extendió a lo largo de tres siglos, hasta que en 1204 los cruzados destruyeron Constantinopla. El nombre cruzados se usó para identificar a un grupo de militares pertenecientes a la religión cristiana que intervinieron en varias cruzadas durante la Edad Media. La última etapa, denominada la Tercera Edad de Oro, duró desde 1261 hasta 1453, año en que los turcos tomaron Constantinopla.
En la cultura bizantina, la pintura tenía una función de gran importancia, que también involucraba la religión, pues la consideraban la propia materialización de lo divino, en ocasiones por «manos no humanas». En occidente, esto solía pensarse de las reliquias.