Del latín constantia, la constancia es la firmeza y perseverancia en las resoluciones. Se trata de una actitud o de una predisposición del ánimo respecto a un propósito.
Por ejemplo: «Si quieres jugar en la primera división, tienes que ser constante en los entrenamientos», «Creo que podría haber desarrollado una carrera profesional en televisión, pero no tuve constancia», «No soy talentoso, aunque tengo constancia».
Ya desde nuestros primeros años de vida se nos presentan ciertos desafíos que exigen una cierta dedicación, un empeño mayor al que necesitamos para llevar a cabo las acciones cotidianas, y es a través de estas pruebas que moldeamos esa parte de nuestra personalidad que define cuánto estamos dispuestos a esforzarnos por alcanzar nuestras metas. La constancia no es una virtud muy común; es uno de los pilares del éxito, en todas sus variantes, por lo cual es entendible que solo ciertas personas la practiquen.
La importancia de la constancia
La vida moderna nos ofrece un sinfín de comodidades, aunque no todas son tan evidentes. Nos hemos acostumbrado a creer que nos esforzamos por conseguir todo lo que tenemos, que gozamos de una serie de derechos por sobre los demás seres vivos y que nos corresponde un espacio en este planeta, porque somos la raza dominante. ¿Cuánto hemos hecho realmente para ocupar ese rol? ¿Es nuestro trabajo realmente auténtico? No sería justo negar la dedicación y la constancia necesarias para mantenernos activos dentro de una sociedad, pero tampoco lo sería pasar por alto que la humanidad no ha avanzado a través de moldes, sino rompiéndolos y buscando nuevos horizontes.
Ser constante lleva implícito el hecho de enfrentarse a una serie variable de dificultades, impidiendo que nos derriben, que nos quiten las ganas de seguir adelante hasta conseguir lo que nos proponemos. Y para ello es necesario que se cumplan ciertas condiciones, siendo el interés genuino por la causa una de las más importantes; trabajar durante días, meses o años en pos de un objetivo que no nos inspira, que no nos conmueve, es una auténtica tortura.
En el último ejemplo expuesto en el primer párrafo, se describe un sentimiento muy común entre aquellas personas que no se consideran dotadas de un talento especial, pero que creen suplir la falta de habilidades naturales con su perseverancia. Se trata de una actitud muy acertada, dado que de poco sirve el virtuosismo sin el trabajo constante, sin el estudio, sin la riqueza propia de la experiencia.
Un documento o comprobante
La constancia también es la acción y efecto de hacer evidente algo de forma fehaciente y auténtica. Por extensión, al documento en que se ha hecho constar determinado acto o situación se le conoce como constancia: «¿Puedes darme una constancia del trámite? Así la presento en el trabajo», «Ya firmé todos los papeles, pero el abogado no me ha entregado ninguna constancia», «Necesito una constancia de la radio para presentar en el estadio y acreditarme».
Una de las constancias más habituales es la de alumno regular. Este certificado permite constatar que un individuo asiste a clases y está inscrito en un determinado centro educativo; en algunos países, es posible obtener ciertos beneficios con solo presentarlo a la hora de adquirir productos o servicios, como ocurre con los billetes de transporte público y las entradas de teatro y cine. Si pierde la regularidad (por la cantidad de faltas, sanciones u otros motivos), no puede acceder a esta constancia.
Los recibos, por otra parte, son constancias de pago. Al acceder a un recibo, una persona tiene el registro que le permite demostrar que ha pagado por un producto o servicio. Este documento puede tener distintas formas, tales como una factura sellada, un ticket, una boleta, entre otras. En ocasiones, los recibos también cumplen una función fiscal para que el vendedor y/o comprador paguen los impuestos correspondientes a la transacción comercial.