Un desfibrilador es un dispositivo que permite la aplicación de descargas eléctricas para lograr el restablecimiento del ritmo cardíaco normal. Se trata de una descarga brusca de alto voltaje que consigue interrumpir y revertir una arritmia (el ritmo irregular en las contracciones del corazón).
Cuando se registra una alteración en la actividad eléctrica o la cantidad de latidos que realiza el corazón se incrementa de manera excesiva, es posible que se produzca un paro cardíaco. Esto se debe a que el corazón late demasiado y desorganizadamente, sin bombear de manera correcta la sangre. Para evitar llegar a este desenlace, un médico puede recurrir a un desfibrilador que, mediante un choque eléctrico, detenga la arritmia. Una vez hecho esto, el profesional está en condiciones de detectar la causa que provocó la arritmia y de solucionar el problema para que el paciente recupere la estabilidad.
El uso del desfibrilador incluso puede ser preventivo: si un individuo con antecedentes de infarto evidencia un mal funcionamiento ventricular, se puede emplear este aparato para minimizar el riesgo de arritmia y, por lo tanto, de una nueva parada cardiaca.
Es importante tener en cuenta que existen distintos tipos de desfibriladores. Los desfibriladores externos son máquinas que, cuando resulta necesario, se colocan sobre la piel para transmitir la descarga eléctrica. Los desfibriladores implantables, en cambio, son definitivos y se implantan bajo la piel a través de una intervención quirúrgica.
Los desfibriladores implantables, gracias a sus electrodos, permiten diagnosticar las arritmias desde el interior del organismo y desfibrilar, cuando es necesario, el corazón. Los desfibriladores externos, en cambio, son manejados por los médicos, quienes deben definir en cada caso cómo y cuándo se aplica la descarga eléctrica.
En el caso del desfibrilador externo semiautomático, es necesario realizarle un servicio de mantenimiento con una cierta frecuencia para garantizar el mejor rendimiento posible en cada uso. Dependiendo de las características específicas de cada dispositivo, de las costumbres de cada usuario y de la intensidad con la que se utilice, el plazo entre una sesión de mantenimiento y otra puede variar; por lo general, se realiza de forma anual, pero también están quienes la llevan a cabo luego de cada intervención.
No se le debe restar importancia al mantenimiento, ya que está al mismo nivel de la formación profesional necesaria para usarlo; de nada sirve ser un experto en medicina si el dispositivo no se encuentra en buenas condiciones en medio de una emergencia. Cabe mencionar que el mantenimiento no deben hacerlo los propios médicos, sino que tienen la posibilidad de contratar a un equipo de gente dedicada específicamente a esta tarea.
El desfibrilador es muy usado en varias partes del mundo, aunque la regulación de su uso y las obligaciones de cada establecimiento son diferentes. En la Unión Europea, por ejemplo, su implantación es más prominente en Alemania, Inglaterra, Francia y Holanda. Es común que haya una ley que imponga la instalación de estos aparatos en diversos edificios públicos con el objetivo de disminuir el número de muertes por paro cardiaco súbito. Esta es la tendencia de la mayoría de los países del continente europeo, aunque la realidad en cada uno todavía puede variar.
Si nos centramos en España, por ejemplo, en la actualidad existe una normativa que obliga a todos los aeropuertos, centros deportivos, institutos educativos, complejos dedicados al comercio y áreas comunes dentro de los hospitales, entre otros sitios muy visitados por el público a colocar desfibriladores a disposición, de forma que sean fácilmente accesibles para casos de emergencia.
A pesar de dicha normativa a nivel nacional, un Real Decreto del año 2009 estableció que cada Comunidad puede decidir acerca de la implantación de estos dispositivos de forma particular y del uso que el público les puede dar.