La escala de Glasgow es el nombre que identifica a una escala de aplicación neurológica que permite medir el nivel de conciencia de una persona que sufrió un traumatismo craneoencefálico. Conocida en inglés como Glasgow Coma Scale (GCS), se emplea durante las veinticuatro horas siguientes al episodio y evalúa tres parámetros: la capacidad de apertura ocular, la reacción motora y la capacidad verbal.
Un trauma craneoencefálico (identificado con la sigla TCE) se desencadena a raíz de un golpe en el cráneo que puede causar diversas lesiones. Sus síntomas más frecuentes son el dolor de cabeza, la somnolencia, las náuseas y las convulsiones.
Historia de la escala de Glasgow
La historia de la escala de Glasgow comienza a fines de la década de 1970. Fueron los neurocirujanos británicos William Bryan Jennett y Graham Teasdale quienes la dieron a conocer a través de un artículo en la revista científica «The Lancet».
Aquellas primera versión evaluaba la respuesta motora, la respuesta verbal y la apertura ocular para llegar a 14 puntos. Luego se sumó un punto en la respuesta motora para la valoración de la flexión anormal, llegando a la estructura actual de la metodología.
Cómo se aplica
De acuerdo a la respuesta del paciente, por lo tanto, el profesional asigna un valor a cada parámetro. La suma de los tres valores constituye el resultado final de la escala de Glasgow.
Al analizar la apertura ocular, el puntaje puede ir desde 1 (si el paciente no responde en absoluto) hasta 4 (en el caso en que se produzca de manera espontánea). En el caso de la respuesta verbal, los valores comienzan en 1 (si es nula) y llegan hasta 5 (si es orientada). Por último, en cuanto a la respuesta motora, la escala contempla valores del 1 (cuando no hay resultados) hasta 6 (la persona cumple las órdenes expresadas por la voz).
Estos criterios suponen que el puntaje más bajo que se puede obtener con la escala de Glasgow es 3 puntos, mientras que el valor más alto es 15 puntos. El paciente con menor puntaje es aquel que sufre los daños craneoencefálicos más graves. De acuerdo al resultado de la escala de Glasgow, el médico está en condiciones de indicar el tratamiento a seguir.
Importancia de la escala de Glasgow
Años después de la introducción de dicho sistema de puntaje, se propuso la clasificación de los distintos tipos de traumatismos craneoencefálicos basándose en el grado de severidad, lo cual concluyó en las siguientes tres posibilidades: leves, con resultados que van de los 13 a los 15 puntos; moderados, de 9 a 12; y severos, de 8 o menos. De esta forma los médicos pueden realizar un seguimiento más específico y ordenado de sus pacientes.
La escala de Glasgow ha trascendido su aplicación inicial para ser utilizada en la evaluación neurológica de lesiones del encéfalo no traumáticas. Esto la convirtió en una de las más usadas en el campo de la neurología, la neurocirugía y muchas otras ramas de la medicina, siendo una herramienta útil para todo profesional de la salud.
Con la escala de Glasgow, se puede informar y cuantificar un problema neurológico, algo muy importante para el personal de enfermería y los médicos. Por sus características, asimismo, la escala facilita la comunicación ya que propone un lenguaje objetivo y directo.
Los parámetros
La escala se basa en parámetros que surgen de las respuestas de la corteza cerebral y del tronco encefálico; o sea, de los responsables de las conductas que tienen lugar en la vigilia, e ignoran los reflejos de las pupilas (respuesta pupilar) y los movimientos de los ojos. Esto generó un gran descontento en los primeros tiempos de su implementación, a lo cual se respondió que el propósito de esta medición era calcular el nivel de conciencia y no, la gravedad de la lesión cerebral.
Entre las aplicaciones que se fueron dando a la escala de Glasgow se encuentran cuadros neurológicos como el ictus y comas que no hayan sido causadas por traumas. Sin embargo, a pesar de su amplia aceptación, su punto débil es que los resultados obtenidos dependen en gran medida del estado del paciente, quien puede estar sedado o sometido a intubación, o haber sufrido un traumatismo en la cara. En estos casos, así como en personas que se encuentren conectadas a un respirador artificial, no se recomienda su uso.
Otros factores que pueden influir considerablemente en los resultados, sobre todo de tipo verbal, son los problemas auditivos, la demencia, los trastornos de tipo psiquiátrico y las lesiones en la boca o la garganta. Más allá de todos los obstáculos físicos o mentales que se puedan interponer entre el examen y el paciente, se debe tener en cuenta la subjetividad del profesional, la cual puede jugar tanto a favor como en contra del diagnóstico, llegando a variaciones de dos puntos.