El origen etimológico de escándalo se encuentra en un vocablo de la lengua griega: skándalon, que refería a una piedra con la cual un individuo tropieza. Este término llegó al latín tardío como scandălum y luego arribó a nuestro idioma.
En castellano, la piedra de skándalon se volvió simbólica ya que el concepto puede aludir a un suceso que provoca conmoción e irritación. Lo escandaloso, en este sentido, es condenable desde el punto de vista moral y genera un impacto negativo.
Por ejemplo: “El presidente del país asiático se vio forzado a dimitir por un escándalo de corrupción”, “El partido terminó en escándalo, con los jugadores tomándose a golpes de puño”, “La actriz provocó un escándalo al acudir al estreno de la película con un vestido transparente y sin ropa interior”.
Un escándalo, ante todo, atrae la atención y da lugar a una reacción de la gente. Dicha reacción suele ser mala: las personas se enojan ante el responsable del escándalo ya que consideran que realizó algo que merece una condena. El escándalo puede ser la consecuencia de un delito (si se descubre a un gobernante recibiendo un soborno, por citar un caso), aunque también puede vincularse a un hecho impactante o que provoca morbo (como cuando un futbolista tiene como amante a la novia de un compañero de equipo).
El alcance de un escándalo es diferente según el ámbito en el que se presente, como ser el personal o el laboral, la gravedad del hecho mismo más allá de su contexto (no es lo mismo aceptar dinero de forma ilegal que financiar un negocio de prostitución infantil) y la importancia a nivel social de las personas involucradas, entre otros factores.
Por lo general, las personas famosas son quienes más tienen que perder ante situaciones de este tipo, ya que se ponen en riesgo su reputación y sus pertenencias, que en muchos casos ascienden a montos millonarios. Claro que dentro de este grupo podemos distinguir a los artistas, los deportistas y los políticos, entre otros subgrupos, y no todos reciben consecuencias de igual grado de severidad.
En una sociedad ideal, ninguna persona famosa cometería actos indecentes o apartados de la ley, sino que llevarían vidas ejemplares de manera que su exposición sirviera como referencia para sus seguidores más jóvenes. En este mundo, sin embargo, la realidad es prácticamente opuesta: si bien la delincuencia y la corrupción existe en todos los estratos sociales, todos los años los periodistas recogen decenas de ejemplos negativos que tienen como protagonistas a actores, cantantes y gobernantes.
Los artistas y deportistas suelen tener más facilidad para superar los escándalos, dado que el público puede perdonar sus faltas pensando en que se trata de personas que deben ser observadas en su campo y no en su vida personal. La esperanza de que se reformen y se conviertan en individuos más responsables siempre está ahí, y esto ayuda a que la mayoría de estas historias tenga un final feliz.
Los dirigentes políticos, por otra parte, tienen mucha más dificultad para superar los escándalos. Salvando casos en los que el protagonista goce de mucho poder e influencia, el pueblo tiende a perder la fe en los gobernantes corruptos en un instante, ya que en sus manos se encuentra el futuro del país, algo demasiado delicado como para echarlo a suerte.
La idea de escándalo, por otra parte, puede referirse al ruido, el desenfreno o el alboroto: “No me gusta el escándalo que hay en este bar”, “El restaurante era una escándalo porque había una mesa grande llena de chicos que gritaban y jugaban”, “¡Terminen con el escándalo! Bajen la voz y compórtense correctamente”.