La etimología de frigorífico nos lleva al vocablo latino frigorifĭcus, que alude a aquello que enfría. Se llama frigorífico a la cámara, el artefacto o el electrodoméstico que genera frío para permitir la conservación de alimentos y otros elementos.
Un frigorífico, por lo tanto, puede ser una instalación industrial destinada al almacenamiento a bajas temperaturas de verduras, frutas o carnes. Estos productos se depositan en un frigorífico hasta el momento de su distribución y comercialización: de este modo, dado que se trata de alimentos perecederos, se evita que se echen a perder antes de llegar a manos de los consumidores.
Cuando la carne obtenida tras el sacrificio de un animal queda a temperatura de ambiente, sufre el ataque de microorganismos que degradan los tejidos. Si dicha acción avanza, la carne se pudre y deja de ser comestible. En cambio, cuando la carne es depositada en un frigorífico a baja temperatura, los microorganismos no pueden actuar del mismo modo y el deterioro se interrumpe.
Más allá de la carne, las frutas, las verduras, las flores y los huevos también suelen almacenarse en frigoríficos. La temperatura y las condiciones de humedad varían según las necesidades de cada producto.
Es importante mencionar que, en algunas regiones, la noción de frigorífico alude al aparato que en otros lugares se conoce como nevera, refrigeradora, refrigerador o heladera. Se trata de un dispositivo presente en todas las casas ya que sirve para almacenar la comida a baja temperatura, retrasando su degradación.
Por lo general estos frigoríficos cuentan con un compartimento con una temperatura de entre 2° y 6° C. Además pueden tener un espacio adicional llamado congelador o freezer, cuya temperatura es de -18 °C.
Historia del frigorífico doméstico
Si bien en la actualidad nos resulta casi imposible prescindir de un frigorífico en el hogar, y por esa razón damos por sentado que siempre tendremos un sitio donde almacenar nuestros alimentos perecederos, no debemos olvidar que hasta hace casi tres siglos la gente no contaba con este electrodoméstico y debía buscar otras maneras de conservar sus productos.
Es cierto que muchas personas se alimentan a base de ingredientes que recogen directamente de su medio natural y no requieren una refrigeración artificial, pero también están quienes hacen compras periódicas en el mercado y luego almacenan en el frigorífico decenas de productos diferentes para evitar que se pudran. En el pasado, para superar la falta de este electrodoméstico, resultaban ideales ciertas cuevas muy frías, aunque también se usaban pozos profundos donde se echaban grandes cantidades de hielo.
Estos y otros métodos de conservación derivaron en la invención de las denominadas casas de hielo, un espacio que solía construirse en las proximidades de una reserva de agua. Allí se aprovechaba el hielo natural y la nieve de las épocas más frías para refrigerar los alimentos durante el resto del año. El tiempo pasó y a principios del siglo XIX el ingeniero Thomas Moore, nacido en Estados Unidos, creó la primera versión del frigorífico doméstico, que estaba basada precisamente en el concepto de casa de hielo.
El frigorífico casero de Moore era una cámara que aislaba el calor y requería una carga de bloques de hielo para enfriar los alimentos. Medio siglo antes, el físico escocés William Cullen había dado con la fórmula para crear una bolsa de frío, algo que recién en 1805 aprovechó Oliver Evans, un inventor norteamericano, para diseñar un frigorífico más avanzado, basado en la compresión de vapor, aunque no tuvo éxito. Pasaron casi tres décadas hasta que otro científico, el también norteamericano Jacob Perkins, inventase y patentase el primer modelo de refrigerador apoyado en los descubrimientos de Cullen y Evans. Otro aporte importante llegó en 1844, cuando el médico John Gorrie consiguió superar la eficiencia del modelo de Perkins.