Se denomina fruticultura al cultivo de árboles frutales. El concepto hace referencia a los saberes, las técnicas y los procedimientos que permiten desarrollar esta actividad con éxito para obtener frutas.
Cabe recordar que las frutas (como la manzana, la uva, la pera, la naranja y la ciruela) son los frutos de los árboles que resultan comestibles para el ser humano. Un fruto, a su vez, es un producto de determinadas plantas que contiene y brinda protección a las semillas.
La fruticultura suele desarrollarse con el objetivo de lograr la explotación económica de los frutales. Las frutas que se obtienen son cosechadas y comercializadas, permitiéndole al productor ganar dinero.
Para el desarrollo de la fruticultura, los expertos buscan mejorar la genética de los árboles y optimizar las técnicas de producción. Esta actividad requiere de una planificación para aprovechar al máximo las posibilidades de cada árbol.
La fruticultura parte del análisis del suelo. Según sus características, sumadas a otros factores como las condiciones del clima y los recursos económicos disponibles, se decide qué especies de plantas van a cultivarse. A través de la manipulación genética, más adelante, se intentan mejorar las variedades.
Una vez que los árboles frutales alcanzan la fase productiva, se puede optar por la cosecha manual o mecánica. La fruticultura también se ocupa de las etapas posteriores a la recolección: el acondicionamiento, el envasado, la conservación y el eventual procesamiento de la fruta hasta su comercialización.
Es importante destacar que la fruta no solo se consume fresca (cruda): también puede emplearse para elaborar diversos productos, como aceites y jugos.
La vida en la ciudad nos da acceso a todo tipo de productos vegetales a lo largo del año, algo que no resulta natural ya que no todas las frutas y verduras crecen en cualquier estación. Claro que esta «comodidad» de disfrutar frutas veraniegas en invierno y viceversa acarrea un evidente aumento en los precios. Quienes se dedican a la fruticultura desean aprovechar el suelo desde enero hasta diciembre, y esto es posible solamente sembrando más de una variedad de manera que cada una pueda desarrollarse en la época que le corresponde.
Además de este truco para no desperdiciar el suelo en ciertas estaciones del año se recomienda combinar cultivares de diferentes grados de maduración (tanto precoz como mediana y tardía) para que el período de recolección se prolongue. Otro de los desafíos que tienen muchas personas es plantar fruta en espacios muy pequeños, pero esta limitación no debería impedirles alcanzar sus objetivos.
Si el jardín es muy pequeño entonces debemos escoger árboles injertados con patrones de tipo «enanizante», para que no requieran tanto espacio como los naturales. El manzano, por ejemplo, se adapta cualquier tamaño de suelo. También se recomienda podarlos para guiarlos por las paredes o estructuras de alambre, algo posible con muchas especies de árboles frutales. La fruticultura no se detiene ni en el caso de tener espacio para una sola planta: de ser así, conviene sembrar una autofértil, es decir que se polinice a sí misma.
La pregunta clave a la hora de aventurarse por el camino de la fruticultura es cuáles son las características de un suelo ideal para sembrar árboles frutales. Veamos algunas de las más importantes:
* debe ser franco, intermedio. Ni arenoso ni arcilloso;
* con una profundidad de al menos 1 metro antes de que aparezcan capas impenetrables (como ser las rocosas) o demasiado duras;
* rico en nutrientes y materia orgánica;
* que no tienda a acumular demasiada agua sino que la drene con facilidad;
* su pH debe estar entre 6 y 7.
Si el suelo tiene al menos un 10% de caliza se considera calizo y no sirve para plantar nectarinos, melocotoneros, aguacate, perales, kiwi ni cítricos.