El concepto de iatroquímica se refiere a una etapa histórica de la química como ciencia, cuando comenzaba a despegarse de la alquimia y se vinculaba a la medicina. La iatroquímica apuntaba a explicar diversos procesos fisiológicos y patológicos del organismo humano, considerando que la salud dependía del equilibrio de supuestos fluidos corporales.
Paracelso (1493-1541) es señalado como el padre de la iatroquímica. En el siglo XVI, los postulados de este científico eran considerados vanguardistas y, aunque hoy en día ya resultan arcaicos, aún son valorados como precursores de los conocimientos actuales de bioquímica y farmacología, por ejemplo.
La iatroquímica, entre la alquimia y la química
Suele señalarse la iatroquímica como un eslabón o una transición entre la alquimia (asociada al esoterismo) y la química. Dicho de otro modo: no hubiese sido posible alcanzar un desarrollo científico de la química sin la iatroquímica y, antes, sin la alquimia.
Fue Paracelso quien sostuvo que los procesos fisiológicos y patológicos eran causados por reacciones químicas. A partir de esta teoría, muchos iatroquímicos apelaron a la combinación de diversas sustancias para preparar remedios.
La iatroquímica, en este marco, recurrió al reduccionismo y trató de explicar la totalidad de los fenómenos de la vida desde la química. Siguiendo con este razonamiento, sostenía que las patologías podían resolverse por vía química.
Una disciplina que quedó obsoleta
Puede afirmarse, en definitiva, que la iatroquímica quedó obsoleta cuando empezaron a forjarse las prácticas médicas propias de la era moderna.
Pese a esta cuestión, se siguen valorando sus aportes históricos y su relevancia entre mediados del siglo XVI y la mitad del siglo XVII, sobre todo en la región de Flandes.
Pioneros de la iatroquímica
Como en cualquier otro campo del saber, la iatroquímica no habría existido si no hubiera sido por las diferentes personas que dedicaron su vida a su estudio y desarrollo. Por esta razón, a continuación repasaremos los datos biográficos de las más significativas para esta ciencia que quedó perdida en el tiempo.
Podemos comenzar por Jan Baptista van Helmont, nacido en el año 1577 y conocido como el primero en representar la iatroquímica. Se conoce que hizo público el gran respeto que sentía por Paracelso y de hecho compartía con él su forma de entender los elementos metafísicos. Sostenía que el agua y el fermento eran los dos elementos más importantes de cualquier cuerpo.
Jan Baptista también señalaba que el individuo estaba formado por tres esferas: el archeus (una zona gris entre el mundo material y el espiritual), el alma y el espíritu. El primero se podía ver alterado a causa de la acción de los «agentes nocivos», la cual en consecuencia afectaba el fermento y esto se relacionaba con las enfermedades.
En 1614 nació Franz de le Boë, un científico alemán cuyo compromiso con la iatroquímica lo ubica incluso por encima de Jan Baptista, cuyos conceptos refinó al punto de, por ejemplo, dejar atrás la idea de archeus. Sí sostuvo la de fermentación, un proceso que consideraba esencial en todo organismo y del cual se desprendían los ácidos y los álcalis. Estas dos sustancias eran de gran importancia para él: nuestra salud dependía de su equilibrio; si éste se veía perturbado, surgía la enfermedad.
Un contemporáneo de Franz de le Boë, el italiano Baglivi, quien criticó a sus antecesores por mostrarse «especulativos e indecisos» en contraste con la medicina griega, mucho más ligada a la razón. Robert Boyle, un irlandés que también se dedicó a la física y a la teología, formuló la ley que lleva su apellido y se lo considera el primero en desarrollar la química moderna, aunque sus raíces se encontrasen de manera inevitable en la iatroquímica.
Una de sus obras, El químico escéptico, propone la existencia de átomos como base de la materia y que éstos se mueven y pueden colisionar, desencadenando los varios fenómenos que advertimos por medio de la observación.