Implícito, del latín implicitus, es algo que está incluido en otra cosa sin que esta lo exprese o lo manifieste de manera directa. El término es el antónimo de explícito, que refiere a lo que expresa clara y determinadamente una cosa.
Por ejemplo: “El discurso de la presidenta dejó entrever una crítica implícita a los economistas”, “Siento que tus palabras incluyen un enojo implícito, aunque no quieras reconocerlo”, “Si bien no forma parte del contrato, la obligación está implícita en el acuerdo”.
Discursos y contenidos
Existen diversas maneras de apelar a un discurso implícito, expresando cosas de forma indirecta. Si un hombre dice “Ese ordenador es demasiado lento y no me serviría para nada”, está realizando una crítica explícita. En cambio, si comenta “Ese ordenador no está tan mal, aunque he visto otros que considero más balanceados y adecuados para mi trabajo”, está deslizando una crítica sutil e implícita sobre el producto.
El contenido implícito puede ser tan beneficioso como perjudicial para quien lo recibe. En el ámbito de la literatura, por ejemplo, puede estimular al lector a usar su imaginación, a conectar los sucesos que conoce para intentar dar forma a una ironía o a una oración incompleta. Pero en las relaciones interpersonales, por otro lado, no decir todo lo que uno siente y piensa puede generar inseguridad en la otra parte y, dependiendo del tipo de lazo, hacer que no se sienta importante.
Nuestra comunicación requiere de un cierto grado de contenido implícito, ya que si tuviéramos que detallar cada uno de nuestros discursos sin dejar fuera ningún punto, nos tomaría meses entablar una simple conversación. Esto no significa que no sea necesario buscar la claridad y la precisión a la hora de expresarnos, sino que podemos apoyarnos en ese porcentaje de conocimiento previo que suele existir entre las personas que entablan algún tipo de comunicación para agilizar el intercambio de información.
El consentimiento implícito
El consentimiento implícito aparece en algunas ramas del derecho en referencia a una autorización que no es concedida de manera directa, aunque puede inferirse de las acciones de una persona, de las circunstancias que rodean a una situación particular o hasta de la inacción.
Supongamos que un candidato a gobernador le comenta a un ayudante que está furioso con un periodista por una nota que éste publicó en un diario. El asistente sugiere: “Tal vez sea bueno que vayamos a asustarlo para que no mantenga esa actitud combativa”. El político, entonces, se limita a comentar: “La gente tiene que saber que debe andarse con cuidado porque los accidentes pueden suceder en cualquier momento”. De esta manera, sin afirmar directamente lo que pretende que haga el otro, el candidato está dando su consentimiento implícito a la acción.
Un modo de aprendizaje
El concepto de aprendizaje implícito hace referencia a una manera de aprender que puede tener lugar sin la voluntad de hacerlo, y que tampoco exige que el sujeto sepa conscientemente qué procedimientos o contenidos está incorporando en su intelecto. El psicólogo norteamericano Arthur S. Reber fue quien sugirió dicho término y condujo un experimento en el año 1969 en el cual participó un grupo de estudiantes universitarios, a quienes se les dio la tarea de memorizar una serie de cadenas de letras.
Seguidamente, se les explicó a los estudiantes que las cadenas no eran azarosas, sino que respondían a ciertas reglas y entonces se les pidió que discriminaran las nuevas instancias gramaticales de las no gramaticales. Los resultados fueron sorprendentemente exitosos, aunque ninguno de los participantes pudo describir correctamente los fundamentos que los llevaron a realizar la tarea solicitada.
Años más tarde, diversos laboratorios replicaron dicho hallazgo con experimentos similares, en los cuales los participantes se volvían capaces de hacer afirmaciones acerca de temas que no podían explicar a nivel consciente y que desconocían antes de comenzar la prueba.