Con origen etimológico en el vocablo latino inconcussus, inconcuso es un adjetivo que se utiliza para calificar a aquello que no acarrea ningún tipo de duda. Lo inconcuso, por lo tanto, es seguro.
Por ejemplo: “Que la economía nacional acumula varios cuatrimestres de retroceso es un hecho inconcuso que nadie puede negar”, “Hay personas que pretenden imponer sus propias opiniones como si fuesen verdades inconcusas”, “Es inconcuso que el seleccionado nacional ha ganado más partidos de los que perdió en los últimos cinco años, aunque resulta interesante analizar a qué rivales enfrentó en ese periodo”.
Puede decirse que lo inconcuso es incontrovertible y evidente. Mientras que hay cuestiones que pueden debatirse o refutarse, lo inconcuso no admite objeciones ni impugnaciones.
Tomemos el caso de un legislador que participó de todas las sesiones parlamentarias que se realizaron a lo largo del año. Su asistencia a cada sesión puede confirmarse consultando el registro oficial: que cumplió con su obligación de asistir a los debates, pues, es inconcuso. Nadie puede negarlo ya que hay pruebas que lo evidencian. Sin embargo, sí es posible reflexionar acerca de la importancia de su labor, estudiando cuántos proyectos legislativos presentó, qué participación tuvo en las reuniones, cómo votó, etc.
Que la tasa demográfica de una región se encuentra en caída desde hace una década también puede ser una realidad inconcusa si las estadísticas lo demuestran. Los motivos que llevaron a esa situación, en cambio, pueden discutirse y cuestionarse a partir de las perspectivas subjetivas y los puntos de vista de cada uno.
Al principio de esta definición señalamos que el término inconcuso tiene su origen en el latín, y es interesante notar que en su antiguo significado encontrábamos la misma idea, de algo «inamovible«. Son muchos más los sinónimos que podemos agregar, algunos de los cuales ya hemos mencionado en los párrafos anteriores, y por eso los reuniremos a continuación: evidente, seguro, incontestable, indiscutible, incuestionable, inconvertible, innegable, irrefutable, impepinable e indudable.
La mayoría de estos vocablos comienzan por el prefijo in-, que sirve para denotar «privación» o «negación» a diferentes tipos de palabras, tanto sustantivos (inacción, incomunicación, impaciencia) como verbos (incomunicar, inmovilizar, inquietar) o, por supuesto, adjetivos (inacabable, inmóvil, inactivo). En algunos casos, este prefijo se convierte en im-, si precede una b o una p, o en i-, ante l o r.
En la vida son muy pocas las cosas inconcusas en contraste con todas las que sí pueden cuestionarse. De hecho, depende en gran parte de la visión de cada persona que exista alguna inconcusa, siquiera, ya que a lo largo de la historia de nuestra especie hemos cambiado de parecer más de una vez con respecto a temas de todos los ámbitos, desde las ciencias hasta la moral. ¿Podríamos decir que una enfermedad que hoy en día resulta incurable jamás podrá ser combatida? ¿Podríamos asegurar que un comportamiento que en la actualidad se considera inmoral siempre será visto de la misma manera? La respuesta, casi inconcusa, es «no».
A pesar de todo esto, los seres humanos debemos aferrarnos a ciertas verdades, sin pensar que en el futuro dejarán de serlo, porque es la única forma que tenemos de aspirar a la estabilidad emocional. Sobre esta base construimos toda nuestra vida: nuestras amistades, nuestros lazos familiares, nuestros estudios y profesiones.
Confiamos en que se mantenga firme, como quien compra un terreno para su futuro hogar: si las probabilidades de daños estructurales por problemas del suelo fueran demasiado altas, seguiría buscando. Lo mismo hacemos con el plano emocional, lo apoyamos en estas supuestas verdades, en estas cuestiones que hoy en día resultan inconcusas porque así lo creemos.