El vocablo latino intrepĭdus llegó al castellano como intrépido. Este adjetivo se usa para calificar a quien no siente temor ante el peligro.
Por ejemplo: «El intrépido muchacho no dudó en arrojarse al mar para rescatar a los pequeños», «El periodista, intrépido, le preguntó al presidente sobre las denuncias de corrupción», «Dos viajeros intrépidos se propusieron recorrer todo el país a pie».
Quien es intrépido, por lo tanto, evidencia su valentía. La persona intrépida decide actuar pese a los riesgos y está dispuesta a asumir las consecuencias de sus acciones. Sin embargo, en algunos casos el individuo intrépido obra de manera inconsciente, sin reflexionar.
Cabe destacar que la calificación de intrépido es subjetiva, ya que la valoración de los riesgos o peligros depende muchas veces de la percepción individual. Alguien puede afirmar que quien se lanza en paracaídas desde un avión es intrépido ya que considera este tipo de saltos como algo peligroso, mientras que otro sujeto puede opinar que se trata de una actividad muy segura y que, por lo tanto, no requiere de un valor especial.
De modo similar, la persona calificada de esta manera puede tener una opinión diferente, asegurando que no se siente intrépida sino que simplemente hace las cosas que la apasionan, sin ser consciente de los peligros que advierten los demás o bien sin temerles. Si nos ponemos a pensar, otros calificativos subjetivos, como ser «genio», atraviesan situaciones similares: los genios no siempre se ven a ellos mismos de esta manera.
Supongamos que, en medio de un incendio, una mujer ingresa a una vivienda para tratar de rescatar a un perro. Se puede manifestar que esta persona fue intrépida: no dudó en arriesgar su propia vida para salvar a un animal que posiblemente no hubiese sabido cómo ponerse a resguardo en esa situación.
Claro que los animales también pueden ser intrépidos, y de hecho este adjetivo lo llevan millones de individuos todos los días cuando realizan un sinfín de hazañas que nuestra especie no podría comenzar a imaginar. La supervivencia exige la intrepidez, de hecho, sustantivo que se define como «valor y arrojo ante el peligro; falta de reflexión; osadía». Si nadie se atreviese a hacer frente a los obstáculos, desaparecerían especies enteras.
Esto nos lleva a pensar que en muchos casos basta con la acción de un ser intrépido para que una comunidad entera se salve de una desgracia. A diario nos encontramos con historias de valentía de individuos que actuaron de manera desinteresada y poco precavida para salvar a alguien que no conocía, y también leemos acerca de agentes de policía, bomberos y científicos que gracias a su intrepidez resuelven problemas cuyas consecuencias podrían haber afectado a muchas personas.
Debemos señalar, de todos modos, que un individuo es intrépido porque se forma de esta manera desde pequeño, y no porque «decida serlo». Esto no quiere decir que no sea posible modificar la propia personalidad para adoptar ciertas características, sino que la predisposición natural que nos lleva a ser carismáticos, divertidos, espontáneos, afinados al cantar e intrépidos, entre otras muchas cosas, no se puede adquirir por la fuerza sino que en todo caso se puede imitar con mucho esfuerzo.
Por otro lado, el mundo no sólo necesita de los seres intrépidos. El secreto de la supervivencia se encuentra en la valoración de la diversidad: la combinación entre los más cautos y estudiosos, aquellos que piensan muy bien las cosas antes de actuar, y los intrépidos, con todos los matices intermedios, es quizás la fórmula perfecta.
El calificativo de intrépido también puede aplicarse a una acción. En este marco es posible encontrar expresiones como «rescate intrépido», «maniobra intrépida», «ataque intrépido», «acto intrépido», etc.