El concepto de invulnerable proviene del vocablo latino invulnerabĭlis y alude a aquello o aquel que no puede ser dañado. El término está vinculado al verbo vulnerar: perjudicar, afectar, lesionar.
Muchos héroes mitológicos, deidades y superhéroes son invulnerables, o al menos disponen de suficiente poder o fuerza para resistir todo tipo de ataques. Superman, por ejemplo, es casi invulnerable: solo la kryptonita afecta sus capacidades y lo debilita.
Un hombre que utiliza un chaleco antibalas y que dispone de una armadura de hierro que protege todo su cuerpo, incluyendo su cabeza y su rostro, resulta invulnerable a muchas agresiones. Por supuesto, si le arrojan una granada, sufrirá daños, ya que nadie es totalmente invulnerable.
En el ámbito del deporte, suele calificarse como invulnerable al equipo o competidor que, por su gran nivel, es muy difícil que pierda. El tenista Roger Federer, por citar un caso, resultó invulnerable durante mucho tiempo: más allá de alguna derrota ocasional, el suizo logró liderar el ranking mundial durante 237 semanas consecutivas entre el 2 de febrero de 2004 y el 17 de agosto de 2008, una cifra que supone una marca.
En un sentido simbólico, invulnerable es quien no se siente afectado por lo que se diga de él. Un cantante puede afirmar que es invulnerable a las críticas, ya que no le importa lo que las personas afirmen sobre su carrera y sobre sí mismo. Este artista asegura que siempre hace lo que quiere sin prestar atención a los demás. Más allá de esta declaración pública, sin embargo, tal vez el cantante sí sufra por algunos comentarios, aunque no lo reconozca.
De esta manera tenemos por un lado la invulnerabilidad física, que supone un alto grado de protección contra potenciales daños o bien contra una amenaza en particular, y por otro, la emocional, gracias a la cual el individuo puede salir ileso de ataques verbales o de comentarios despectivos hacia su persona. Como hemos visto en los párrafos anteriores, tanto en el plano material como en el simbólico, ser completamente invulnerable es imposible.
Uno de los aspectos más curiosos de este concepto es la necesidad de que exista la vulnerabilidad para poder comprenderlo. Esto nos lleva aún más allá: los peligros y los riesgos no serían llamados de esta manera si no hubiera alguien que pudiera verse perjudicado ante su presencia. Por ejemplo, una zona con «riesgo de inundación» es peligrosa para la gente que decida asentarse o permanecer demasiado tiempo allí; sin embargo, si la inundación no pudiera causarnos ningún daño ni destruir nuestras pertenencias, entonces podríamos ignorarla o, como mucho, indicar que hay «posibilidad de inundación».
Volviendo al concepto de invulnerable, ¿por qué habríamos de usarlo si realmente no existiese ningún peligro que atentara contra su integridad? Podríamos explicarlo basados en que los seres y los objetos invulnerables se distinguen del resto de individuos o ejemplares de su especie o clase. Sin embargo, es necesario hacer hincapié en el hecho de que la invulnerabilidad generalmente se puede conseguir con un grado cercano al cien por ciento y tan sólo en algunos aspectos, pero no en todos. En otras palabras, todos somos vulnerables a unas cosas y, quizás, invulnerables a otras.
Este punto de vista nos lleva a pensar que la existencia de ambos términos se vuelve necesaria solamente para señalar en ocasiones muy definidas la especial vulnerabilidad o la rara invulnerabilidad a un estímulo determinado. Si pensamos en la alergia al polen primaveral, por citar un ejemplo, es posible afirmar que los niños son un colectivo especialmente vulnerable a ella; ante una enfermedad que ya hemos padecido, como ser la varicela, podemos decir que somos invulnerables y que por esa razón no tememos acercarnos a quienes se encuentren afectados actualmente.