La noción de literariedad no forma parte del diccionario de la Real Academia Española (RAE). Sin embargo, el término se utiliza en la filología y en otras ciencias para aludir al conjunto de las cualidades y las propiedades estéticas y lingüísticas que permiten calificar a un texto como literario.
Un texto literario pertenece al terreno de la literatura. A su vez, la literatura es un arte. Puede afirmarse que la literariedad es aquello que posibilita la inclusión de un texto en la literatura y que, por lo tanto, lo convierte en una manifestación artística.
La narración de una historia de ficción, el uso del lenguaje con finalidad estética y la escritura en verso son rasgos que suelen dotar de literariedad a una obra. Aunque pueden aparecer en otros tipos de contenidos, en los textos literarios se emplean de manera más amplia y se les otorga un papel preponderante.
Es importante considerar que, si bien la literariedad contribuye a diferenciar entre lo que es literatura y lo que no lo es, no se vincula a la calidad de dicha literatura. Que una narración tenga literariedad no quiere decir que sea buena literatura.
La literariedad, en definitiva, es la especificidad de una obra literaria. Está dada por diversos elementos que provocan que un texto sea tomado como un hecho literario.
Uno de los rasgos más comunes de la literariedad es el lenguaje connotativo, que para muchos constituye la base de este lenguaje. En pocas palabras, se trata del gran número de posibles interpretaciones de un mismo mensaje de acuerdo con el contexto de la obra y del propio receptor (en este caso, el lector).
Dicho de otra manera, las palabras de un texto literario son evocativas, o sea que su significado no depende rígidamente de lo que nos pueda enseñar el diccionario. En su interpretación entran en juego el estado de ánimo, las emociones, los conocimientos y las pasiones de quien las recibe.
Tampoco debemos dejar de mencionar la polisemia, otro de los elementos fundamentales de la literariedad. El estudio de su etimología nos revela que significa «muchos signos». En la práctica, se trata de la posibilidad de asociar un mismo término con dos o más significados, generando una ambigüedad que enriquece la obra y la experiencia del lector.
La literariedad también se asocia a la presencia predominante de la función poética, para generar en el estado de ánimo del lector una influencia que lo lleve a vivir diferentes sensaciones y emociones. Otra característica de la literariedad es el juego con la sintaxis, tratando sus reglas con una cierta flexibilidad si esto nos permite conseguir los efectos deseados. Un ejemplo frecuente de este recurso es la inversión del orden considerado correcto de las palabras.
Todo esto nos lleva al vocabulario expresivo: si bien las palabras pueden adquirir significados «especiales» y romper las reglas de la sintaxis según crea necesario el escritor, esto no significa que sean intercambiables, sino que deben ser escogidas con mucha precisión para conseguir un poder expresivo determinado, el cual se ve afectado si se sustituyen por otras.
Las figuras retórica son otras de las características de la literariedad que la distinguen del discurso informal. Entre las más frecuentes podemos mencionar la comparación, la metáfora, la anáfora, la prosopopeya, la antítesis y el hipérbaton. Su uso debe ser equilibrado y debe justificarse con los objetivos del escritor; como en cualquier ámbito, el exceso no acarrea buenos resultados.
No se debe confundir entre la literariedad y la literalidad. El concepto de literalidad refiere a la condición de literal, un adjetivo que califica a lo conforme al sentido preciso o a la letra de un texto.