Maldecir es el acto de proferir maldiciones contra algo o alguien. La etimología de este término nos lleva al vocablo latino maledicĕre, que puede traducirse como “injuriar”.
Echar maldiciones
Por lo general, maldecir se vincula a echar maldiciones en el sentido de manifestar un enojo. En este marco, es posible maldecir al aire, sin que la expresión esté dirigida a alguien o algo en particular.
Por ejemplo: “Voy a maldecir siempre ese lugar donde sufrí tanto”, “El anciano empezó a maldecir a los policías que se acercaron para calmarlo”, “Mi madre me enseñó que no debo maldecir a nadie por más que esté enojado”.
En el primer ejemplo tenemos un caso similar al del aire, mencionado más arriba: el emisor tiene sentimientos negativos hacia un lugar, a causa de las situaciones que vivió allí. El segundo es diferente, ya que usa el término en el sentido de «insultar», algo que el sujeto hace preso de su alteración y falta de control. Por último, es un buen consejo evitar las agresiones (verbales o físicas) siempre que sea posible, priorizando el diálogo para llegar a un verdadero entendimiento.
Supongamos que un joven que traslada una bandeja llena de copas se resbala, con lo cual las copas se estrellan contra el piso y se rompen. Frente a este acontecimiento, el muchacho comienza a maldecir. Podría entenderse que, en este contexto, lo que está haciendo es maldecir su suerte o el destino.
Desear daño o perjuicio
Una maldición también puede ser el deseo de que alguien sufra un daño o un perjuicio. Hay quienes creen en un poder mágico de estas palabras, al menos en boca de determinadas personas, posibilitando que lo deseado se cumpla. Así, la acción de maldecir resulta equivalente a provocar un sufrimiento.
Un chamán, por citar un caso, puede maldecir a quien se apropió de las tierras de su pueblo. Este brujo considera que, con sus dichos, está en condiciones de generar un mal al responsable de su desdicha. Creer, o no, en ese efecto es una cuestión personal, aunque la ciencia desestima la existencia de las maldiciones.
Nótese que, desde un punto de vista gramatical, las maldiciones se suelen expresar en el modo subjuntivo, ya que éste se usa para elaborar afirmaciones de tipo hipotético o incierto. Si estamos profiriendo la maldición en este momento, usamos el presente del subjuntivo: «¡Ojalá que te retuerzas de dolor!»; si la oración relata una maldición hecha con anterioridad, entonces usamos el pasado: «Deseó que se retorciera de dolor». La conjunción que suele encabezar estas construcciones.
Maldiciones griegas y romanas
Maldecir en las antiguas Roma y Grecia era una práctica muy estructurada, que se plasmaba por escrito y seguía un protocolo bien definido. Los romanos llamaban las maldiciones tabulae defixiones, mientras que en griego se denominaban katadesmoi. Por lo general, recurrían a la invocación de un espírituo tal como un demonio, un dios o alguien que hubiera muerto de forma prematura para que los ayudara a alcanzar sus metas. Luego, las tablillas en las que escribían sus deseos las guardaban en un sitio tal como un cementerio o una tumba.
Como toda maldición, las de aquella época eran muy específicas en el tipo de daño o sufrimiento que sus autores deseaban para sus enemigos. El nivel de organización para su realización, sin embargo, era mucho más alto que el de la actualidad, sobre todo porque se trataba de una parte integral de sus gobiernos y ejércitos; en Grecia, por ejemplo, estaban los sacerdotes dedicados especialmente a maldecir. Existen muchas evidencias materiales detalladas de estas prácticas antiguas, incluyendo descripciones en diversas obras de ficción.