El ostracismo consiste en no participar, ya sea por decisión propia o por una imposición externa, de la vida pública. El concepto procede de la lengua griega, cuando el ostracismo era un castigo político que consistía en desterrar a un individuo de su comunidad tras una votación en asamblea.
La persona condenada al ostracismo, de este modo, tenía apenas diez días para marcharse de la ciudad, con una prohibición para regresar que se extendía por una década. Los historiadores sostienen, de todos modos, que muchas veces dicha pena finalmente se reducía y el castigado podía retornar antes de que se cumpliera el plazo.
El ostracismo se justificaba como una decisión que beneficiaba a la comunidad en general, manteniendo alejada de una localidad a aquella gente que, por uno u otro motivo, resultaba dañina.
El ostracismo en la actualidad
En la actualidad, la noción de ostracismo se emplea en el ámbito de la política con referencia a aquel a quien se lo somete a un vacío que se manifiesta en su exclusión a la participación de actos, reuniones, etc. Por ejemplo: “El diputado sufre el ostracismo desde que el presidente lo reprendió en un acto público”, “El secretario de Comercio salió de su ostracismo al participar en una reunión con productores agropecuarios”.
La idea de ostracismo, de todos modos, es más frecuente para nombrar a la persona que decide no salir a la calle o no asistir a espectáculos públicos. Dicha decisión puede obedecer a un exceso de timidez, a un carácter antisocial o, en el caso de las celebridades, para evitar ser molestadas por la gente: “Después de ganar el premio, opté por el ostracismo ya que no me sentía cómodo con la fama”.
Una respuesta al rechazo
Esta última acepción del concepto se utiliza también en el ámbito de la psicología para denominar a la situación de aquellas personas que, por problemas emocionales, no pueden o no quieren enfrentarse al contacto con los demás. Generalmente estos individuos han sufrido rechazo de algún tipo y esto los lleva a buscar el ostracismo.
El rechazo de parte de un familiar cuando somos muy pequeños, por ejemplo, deja en nosotros una herida que el tiempo no cura. La consecuencia de ese rechazo es comparable a lo que produce en nosotros un dolor físico; activando incluso la misma región del cerebro. Esto deja en evidencia que el dolor que sentimos es real, no sólo metafísico. Por ende, nuestro cerebro responde de la misma forma. Cuando nos quemamos, cada vez que nuestra zona adolorida roza algo que provoca dolor físico en nosotros alejamos inmediatamente el brazo para evitar que siga doliendo; lo mismo hacemos con el dolor que causa en nosotros el rechazo. Si nos hemos sentido despreciados o mal amados, intentamos protegernos de futuros daños alejándonos del contacto humano.
Es importante mencionar que el rechazo social se encuentra vinculado directamente con la muerte; en las comunidades primitivas aquellos individuos que eran rechazados sabían que fuera del grupo las posibilidades de supervivencia eran casi nulas. Según se cree, cuando sentimos el rechazo se activa en nuestra memoria esa sensación de pérdida irrevocable, de muerte.
El rechazo nos priva de algo que todos los humanos necesitamos: la pertenencia a un grupo. Por esta razón cuando podemos reconciliarnos con las personas que nos hayan rechazo o cuando entablamos nuevos lazos el dolor emocional que sentíamos desaparece, o se alivia.
Pero lo más importante de señalar es que el rechazo suele generar en las personas conductas antisociales (opuestas a las que impulsa la propia naturaleza). Y este es uno de los efectos más negativos de este dolor en la vida de un individuo porque lo lleva a recluirse y a refugiarse en una soledad que no le es satisfactoria. Las consecuencias de este ostracismo pueden ir desde la dejadez y la tristeza hasta la necesidad de volcar ese dolor en las adicciones u otras conductas nocivas, e incluso puede terminar con el suicidio.