Se conoce como pensamiento lateral a aquel que permite solucionar desafíos y problemas de forma imaginativa.
Ese concepto está conformado por dos palabras que tienen su origen en el latín. Así, pensamiento se formó de la unión del verbo “pensare”, que puede traducirse como “comparar” o “estimar”, y el sufijo “-miento”, que se usa para indicar “resultado”.
Lateral, por su parte, deriva de la palabra “lateralis”, que es la suma del sustantivo “latus”, que significa “lado”, y el sufijo “-al”, que se suele emplear para mostrar “pertenencia” o “relación”.
El psicólogo maltés Edward de Bono fue quien acuñó este concepto en 1967.
De Bono diferenció entre el pensamiento lógico (directo y lineal) y el pensamiento lateral (indirecto y creativo). El pensamiento lateral implica una organización diferente de los procesos mentales, recurriendo a patrones no habituales.
Al no apelar al camino tradicional, el pensamiento lateral favorece la innovación. Su clave radica en enfocar los problemas desde distintos puntos de vista para hallar nuevas respuestas.
Existen varias estrategias que pueden contribuir al desarrollo del pensamiento lateral. La eliminación de ciertas características del problema; la exageración o moderación de determinado aspecto; la división del problema en varias partes; y el establecimiento de analogías son algunos de los recursos que suelen sugerirse.
De la misma manera, otras técnicas que ayudan a favorecer el pensamiento lateral son eliminar alguna parte del problema en sí o bien invertir el problema. Con esto último nos estamos refiriendo a analizar el caso contrario y ver desde esa perspectiva que es inversa cómo podría solucionarse aquel.
Veamos un ejemplo de pensamiento lateral. Supongamos que debemos utilizar un colador para transportar agua. ¿Cómo se podría completar la misión con éxito? El pensamiento lógico indica que perderíamos el agua por los agujeros del colador. Pero, utilizando el pensamiento lateral, es posible responder que el agua congelada puede trasladarse en un colador sin problemas. Así, gracias al pensamiento lateral, nos alejamos de lo convencional (pensar en el agua en estado líquido) y resolvemos el acertijo.
Tomemos otro caso. Un perro tiene una soga de tres metros de largo en el cuello y alcanza un hueso que se encuentra ubicado a seis metros de distancia. ¿Cómo es posible? Para el pensamiento lógico, no hay posibilidad: algo situado a seis metros parece inaccesible para el animal. El pensamiento lateral, en cambio, señalaría que el perro tiene la soga en su cuello, pero esa soga no está atada a ningún lado.
Algunos de los ejemplos clásicos de pensamiento lateral son estos:
-A Manuel se le cayó el anillo que llevaba puesto dentro de una taza llena de café. Sin embargo, no se le mojó. ¿Cómo es posible? Ante esa situación puede ser que pensemos que eso es realmente imposible. No obstante, el pensamiento lateral vendría a exponer que sí pudo suceder porque el café era en grano.
-Otra premisa o planteamiento sería preguntar ¿cuál es la cabeza que no tiene sesos? Posiblemente también nos encontremos en una encrucijada y pensemos que todas las cabezas los poseen, pero no. El pensamiento lateral nos lleva a conocer que la que no lo tiene es la del clavo.