Del latín perspicax, el adjetivo perspicaz hace referencia a una persona ingeniosa, aguda, lúcida, astuta, penetrante o sagaz. La perspicacia está vinculada a la capacidad de descubrir cosas que están ocultas o de comprender situaciones que, en principio, parecen muy confusas.
Por ejemplo: «Necesito contratar a alguien perspicaz para que descubra quién es el informante», «Gracias a su perspicacia fue capaz de cambiar de decisión justo a tiempo«, «No hay que ser muy perspicaz para saber que Mario no está conforme con su puesto».
El sujeto perspicaz y la intuición
La perspicacia se encuentra relacionada con la intuición y la capacidad espontánea. Un sujeto puede conocer mucho sobre un tema hasta convertirse en un verdadero especialista gracias al estudio y la lectura, pero existe una serie de habilidades y virtudes que no pueden adquirirse. A este último grupo pertenece la cualidad de perspicaz, que puede llevar a una persona a actuar de la manera adecuada frente a una situación sin contar con los conocimientos formales aparentemente necesarios.
Es evidente que la perspicacia, por sí sola, no logra convertir a nadie en experto o profesional. Sin embargo, la vida cotidiana y ciertas tareas no requieren de estudios formales para el cumplimiento de objetivos, sino de un saber intuitivo, que viene de lo más profundo de nuestra mente y nos lleva a buscar el camino correcto, a veces sin sabre por qué.
Así como los músicos con talentos innatos temen aprender teoría porque creen que los tecnicismos podrían amenazar su creatividad y su espontaneidad, las personas con una intuición natural para resolver problemas no suelen sentir mucha afinidad por los estudios formales. Las estructuras propias de lo académico pueden, en muchos casos, convertirse en obstáculos que bloqueen la visión y que impidan tomar decisiones libremente.
La cualidad en los animales
En los últimos años diversos estudios han demostrado que los animales tienen la capacidad de comprender mejor que las personas ciertos problemas matemáticos, lo cual ha suscitado reacciones muy variadas. Para explicar este descubrimiento, los investigadores han tomado como ejemplo el conocido programa televisivo norteamericano llamado «Let»s make a deal», que ha sido exportado a diversas partes del mundo, y cuyo nombre en español es «Trato hecho».
El objetivo de dicho concurso es escoger una de tres puertas para intentar dar con el premio, oculto tras una de ellas. Una vez que el concursante ha expresado su decisión, el conductor abre una de las puertas incorrectas y le ofrece cambiar de parecer. La pregunta es cuán conveniente es para los jugadores aceptar la oferta de modificar su elección.
Al parecer, la mayoría de las personas se aferran a su decisión inicial, lo cual resulta en contar con 1/3 de las probabilidades de acertar, en lugar de los 2/3 que obtendrían si cambiaran su elección. La explicación es tan simple como confusa: la primera puerta escogida solo es la correcta una de cada tres veces; la alternativa, hace que se sume un tercio a dicha probabilidad, por lo cual resulta más conveniente.
Un estudio realizado en base a dicho concurso demuestra que los seres humanos tendemos a quedarnos con nuestra primera elección incluso luego de comprobar que cambiar de decisión aumenta las probabilidades de éxito; las palomas, en cambio, tras algunos intentos, se rinden ante lo innegable y escogen siempre la segunda opción.
El problema con los participantes humanos es que dudan demasiado y se confunden, en lugar de dejarse llevar por su intuición y por las evidencias. Pero, lejos de un programa televisivo, los animales demuestran su perspicacia en infinidad de situaciones; las abejas, por ejemplo, son capaces de encontrar el camino más corto entre dos flores, algo que nosotros solo podemos conseguir a través de complejos cálculos, accesibles a muy pocas personas.