Una polea es una máquina simple formada por una rueda móvil alrededor de un eje, que presenta un canal en su circunferencia. Por esa garganta atraviesa una cuerda, en cuyos extremos accionan la resistencia y la potencia.
La polea -término procedente del francés poulie– permite transmitir una fuerza y ayuda a movilizar un peso. Por ejemplo: «Los albañiles han instalado una polea para subir los materiales a la planta alta», «Tendríamos que idear un sistema de poleas para poder mover estas cajas», «Los bomberos armaron una polea y, de este modo, lograron rescatar al caballo que estaba atrapado en el pantano».
Los elementos de una polea son la rueda (también conocida simplemente como polea) con una circunferencia en la que aparece el canal (que puede denominarse como garganta); las armas (la armadura que rodea a la polea y que tiene un gancho en su extremo); y el eje (que puede ser solidario a la rueda o estar unido a las armas).
Tipos de polea
Cuando las armas quedan suspendidas en un punto específico y no experimentan ningún movimiento de traslación, se habla de una polea fija. En cambio, si las armas se mueven verticalmente durante el uso, la clasificación corresponde a una polea móvil.
Las poleas también pueden actuar de modo independiente (polea simple) o en conjunto con otras poleas (polea combinada o polea compuesta). El diseño más frecuente de la polea compuesta se conoce como polipasto: en este caso, las poleas se reparten en dos conjuntos (uno móvil y el otro fijo) y en cada conjunto se instala una cantidad arbitraria de poleas. De acuerdo a este mecanismo, al grupo móvil se le une la carga.
La historia del ascensor
El concepto de polea se aprovecha a diario por una gran parte de la población mundial, aun sin saberlo, dado que constituye una de las partes esenciales del ascensor. De hecho, sus orígenes se remontan a varios siglos antes de Cristo, aunque su forma y la comodidad con la que se operaban los primeros ascensores ciertamente diferían mucho con respecto a la actualidad.
En el Antiguo Egipto, por ejemplo, existían varios sistemas basados en el uso de sogas y rampas para trasladar los pesados y voluminosos ladrillos de piedra que se utilizaban para construir las pirámides. Métodos similares ayudaban a mantener los regadíos, llevando el agua desde el Nilo hasta los canales. Resulta fascinante tomar en cuenta que ambas creaciones tuvieron lugar más de un milenio y medio antes de Cristo.
Más tarde, a menos de tres siglos del año cero, Arquímedes diseñó y fabricó un prototipo que se accionaba mediante poleas y cuerdas. Cabe mencionar que dada la ausencia de la automatización, siempre era necesario que una persona, fuera el usuario o un sirviente, se tomara el desgastante trabajo de operar el elevador, haciendo uso de su propia fuerza física. Tomando esto en cuenta, no es extraño que un invento tan antiguo se tomara tantos siglos para volverse inmensamente popular.
Lamentablemente, y como es costumbre del ser humano, no pasó mucho tiempo antes de que utilizara la involuntaria ayuda de los animales. Por otro lado, existieron sistemas hidráulicos que se valían de norias para accionar los ascensores y montacargas. Con la Revolución Industrial, los elevadores se modernizaron y comenzaron a aprovechar el vapor para su propulsión. A partir de ese momento, en tan sólo dos siglos su diseño se perfeccionaría a un ritmo sin precedentes, tal y como ocurrió con muchos otros inventos. En ciudades donde la densidad de población exige la construcción de altos edificios, el ascensor es una necesidad; por otro lado, se duda de su seguridad en caso de incendios.