La noción de práctica docente no tiene una única definición ni puede explicarse en pocas palabras. El concepto es muy amplio y refiere a la actividad social que ejerce un maestro o un profesor al dar clase.
La práctica docente, por lo tanto, está influenciada por múltiples factores: desde la propia formación académica del docente hasta las singularidades de la escuela en la que trabaja, pasando por la necesidad de respetar un programa obligatorio que es regulado por el Estado y las diversas respuestas y reacciones de sus alumnos.
Características de la práctica docente
Puede decirse que la práctica docente está determinada por el contexto social, histórico e institucional. Su desarrollo y su evolución son cotidianos, ya que la práctica docente se renueva y se reproduce con cada día de clase.
Esto que hace un docente deba desarrollar diferentes actividades simultáneas como parte de su práctica profesional y que tenga que brindar soluciones espontáneas ante problemas impredecibles.
En otro sentido, es posible afirmar que la práctica docente consiste en la función pedagógica (enseñar) y en la apropiación que cada maestro hace de su oficio (formarse de manera continua, actualizar sus conocimientos, asumir ciertos compromisos éticos, etc.). Ambas cuestiones, a su vez, reciben la influencia del escenario social (la escuela, la ciudad, el país).
La práctica docente, en definitiva, se compone de la formación académica, la bibliografía adoptada, la capacidad de socialización, el talento pedagógico, la experiencia y el medio externo. Todos estos factores se combinan de diferente manera para configurar distintos tipos de prácticas docentes según el maestro, que además provocarán diversos resultados.
Distintos enfoques
A lo largo de muchas décadas se sostuvo la idea de que para aprender una práctica bastaba con imitar a aquéllos que tenían experiencia en la misma; sin embargo, gracias a un mayor entendimiento de los inconvenientes que pueden tener lugar durante el ejercicio de una práctica y a los avances en el campo teórico, surgió una estructura de formación más amplia y flexible. Observando la historia de la docencia, podemos distinguir los siguientes tres enfoques de la práctica docente:
* tradicional: del mismo modo que el tecnocrático (que se ve gobernado o dominado por la técnica), el enfoque tradicional defiende un sistema en el cual los futuros docentes se formen a nivel teórico durante unos años y que, finalmente, se aventuren a poner en práctica sus conocimientos frente a una clase real, bajo la supervisión de un experto. En otras palabras, considera que existe una sola manera de llevar a cabo el trabajo de un maestro, que no debe verse afectada por su instinto o por decisiones espontáneas;
* constructivista: ante ciertas situaciones inesperadas, los docentes deben poder actuar según su propio criterio, utilizando sus conocimientos para tomar las decisiones más beneficiosas para sus alumnos, pero sin olvidar que se trata de personas, de seres con necesidades y trasfondos individuales, y no de variables en un ejercicio cuya solución ya ha sido hallada por un supervisor. Este enfoque incorpora la racionalidad práctica para abrir las puertas a una visión más abierta y flexible de la realidad;
* constructivista-crítico: desde finales del siglo XX, una serie de investigaciones en el campo de la enseñanza se centraron en la importancia de aplicar el criterio antes de actuar. Este enfoque representa un verdadero quiebre con el tradicional, ya que invita a los docentes no sólo a pensar antes de pasar a la práctica, sino a reflexionar luego de haberlo hecho para evaluarse a sí mismos y darse la posibilidad de mejorar, de elaborar nuevas y más adecuadas técnicas de trabajo. Un pedagogo británico llamado Lawrence Stenhouse aseguró que los docentes deben convertirse en auténticos investigadores dentro del aula, para construir y moldear a cada paso su propio conocimiento.