El concepto de similicadencia se forma a partir del vocablo latino simĭlis (que se traduce como “semejante”) y el término cadencia (ritmo). La noción alude a la utilización, en el final de dos o más cláusulas, de verbos en igual persona y tiempo o modo o de adjetivos o sustantivos que terminan de una manera parecida.
Figura de dicción
La similicadencia es una figura de dicción. De hecho, también se puede decir que es una figura de elegancia, más específicamente de las que se consiguen por semejanza, ya que el parecido entre los términos genera un efecto estético.
Es interesante señalar que las cláusulas suelen estar formadas por sustantivos y verbos que no siempre se usan en el mismo contexto, que pueden o no estar relacionados fuera de los límites de la similicadencia, pero que en este caso dan un resultado particular porque sus significados se complementan, se vinculan para aportar en conjunto a la misma idea.
Existe un ejemplo muy conocido del escritor español del siglo XIX Mariano José de Larra que resulta muy didáctico para explicar el efecto estético que puede generar la similicadencia (podemos observarlo en la imagen anterior). En primer lugar, notemos los elementos que sí están relacionados entre sí, incluso fuera de esta obra o de la figura: «montes, vientos, rayos» y «truenos», todos forman parte de la naturaleza y se presentan en conjunto cuando tiene lugar una tormenta.
Ahora bien, la similicadencia en este caso comienza por reunir cuatro sustantivos que también podrían aparecer en una misma oración fuera del ámbito de la literatura; sin embargo, los verbos a los que se asocian no tienen el mismo grado de afinidad entre sí: «combatir, azotar, alumbrar» y «asordar». Independientemente de que todos puedan describir las acciones de dichos elementos, tanto las materiales como las simbólicas, no se verían juntos en un texto informativo, por ejemplo. También podemos señalar que tan sólo la primera cláusula tiene un adjetivo compuesto («de agua»), mientras que los otros tres exhiben uno simple («opuestos, ardientes» y «continuos»).
Recurso fónico
También se menciona a la similicadencia como un recurso fónico, ya que se basa en la musicalidad de las palabras. Cuando los elementos acústicos se combinan de manera acertada, se produce la eufonía: una sonoridad que resulta placentera. La similicadencia busca que los sonidos no solo permitan la expresión, sino que también contribuyan al goce estético.
Del mismo modo que la similicadencia puede aportar un grado particular de elegancia al texto escrito, también lo hacen por medio del sonido. Además, el efecto de la repetición de ciertas estructuras en nuestro cerebro es tal que acentúa el significado de las palabras, las graba de una manera diferente, porque las asocia con la entonación.
Algunos ejemplos
A continuación presentamos tres oraciones de ejemplo en las cuales se aplica la similicadencia para entender el efecto que consigue en el aspecto y, al pronunciarlas, la sonoridad: “Apasionadamente besando, locamente gritando”, “Hombres sin rostro lo miran, nubes oscuras lo persiguen, criaturas siniestras lo acechan”, “Para ganar hay que saltar, apretar y luchar”.
Como se puede apreciar, la similicadencia genera una cierta regularidad rítmica. Es importante que el uso de la similicadencia sea certero. De lo contrario, el brillo buscado no aparece y el texto pierde espesor.
Orígenes y exponentes
Pedro Calderón de la Barca, Juan de Salinas y Castro, Manuel Machado y Gabriel Celaya son algunos escritores famosos que han apelado a este recurso en creaciones literarias de su autoría.
La clave de la similicadencia es el hecho de recurrir a una misma flexión. Esta figura alcanzó su mayor repercusión entre el siglo XV y el siglo XVI, sobre todo en el terreno de la prosa.