La terapia cognitivo-conductual es una psicoterapia que apunta a que el paciente se vuelva consciente de sus pensamientos negativos para así poder reemplazarlos por otros positivos y más realistas. En este marco, el terapeuta busca propiciar un cambio de conducta que ayude a la resolución de los problemas.
Es importante tener en claro que una psicoterapia es un tipo de tratamiento de salud mental que se basa en las charlas que el paciente mantiene con un psicólogo, un psiquiatra u otro especialista capacitado en trastornos emocionales. Cognitivo, en tanto, es un adjetivo que refiere al conocimiento (el entendimiento o saber), mientras que conductual alude a la conducta (el modo de comportarse de un individuo).
Origen de la terapia cognitivo-conductual
El origen de la terapia cognitivo-conductual suele ubicarse en la década de 1960. Sin embargo, existen antecedentes mucho más lejanos que revelan prácticas y técnicas asociadas a este tipo de terapia.
Se sabe que Plinio el Viejo, en la época del Imperio romano, colocaba arañas en las copas de los alcohólicos para producir un condicionamiento aversivo y así curar la adicción. Los filósofos estoicos, por su parte, sostenían en la Antigua Grecia que la lógica podía emplearse para dejar de lado las creencias falsas que derivaban en emociones nocivas.
Antes del desarrollo de la terapia cognitivo-conductual, primero se avanzó en cada campo por separado: es decir, la psicología cognitiva y la psicología conductual tuvieron un progreso autónomo que precedió a la aparición de la terapia cognitivo-conductual.
Los estudios realizados a fines del siglo XIX por Iván Pávlov sobre el condicionamiento clásico y aquellos hechos por Edward Thorndike a comienzos del siglo XX acerca del condicionamiento instrumental fueron antecedentes importantes para que, en 1953, aparezca por primera vez la idea de terapia de la conducta.
Asimismo fueron claves la postulación de la terapia racional emotiva conductual por parte de Albert Ellis a mediados de la década de 1950, así como la terapia cognitiva ideada por Aaron T. Beck a inicios de los ’60. Recién a partir de 1980 se puso en marcha la fusión de la terapia cognitiva y la terapia conductual gracias a trabajos de especialistas como David H. Barlow en Estados Unidos y David A. Clark en Inglaterra.
Principales características
La terapia cognitivo-conductual se basa en el análisis de los comportamientos de un individuo para indicar cuáles pueden ser modificados en pos de una mejor adaptación. Si la persona transforma su vínculo con aquellos pensamientos que se consideran desadaptativos, puede lograrse también un cambio en la conducta y en las emociones.
El terapeuta, en este marco, debe contribuir a la detección de las llamadas distorsiones cognitivas, consistentes generalmente en la minimización de lo positivo y la maximización de lo negativo. Reemplazar esas distorsiones por pensamientos más cercanos a la realidad ayuda a reducir la angustia y a dejar de lado las conductas que llevan a la propia destrucción.
En el contexto de la terapia cognitivo-conductual se apuesta por sustituir los comportamientos, las emociones y los conocimientos inadaptados por otros que sí disponen de una mejor adaptación. En este proceso, el paciente debe cambiar sus reacciones a determinadas conductas y sus pensamientos.
De este modo, en un plan de tratamiento cognitivo-conductual se intenta lograr una reestructuración cognitiva que permita la modificación de la conducta. Esto requiere el desarrollo de habilidades y un reforzamiento positivo, por ejemplo.
Fases de una terapia cognitivo-conductual
Es habitual que se reconozcan seis fases o etapas en una terapia cognitivo-conductual:
- Evaluación psicológica.
- Reconceptualización.
- Adquisición de nuevas habilidades.
- Aprendizaje para la aplicación de las nuevas habilidades.
- Generalización y mantenimiento.
- Control y seguimiento del tratamiento.
A lo largo de estas fases, el terapeuta y el paciente identifican los comportamientos críticos que tienen que modificarse, evaluando su intensidad, duración y frecuencia. Luego se trabaja sobre el plano cognitivo para incentivar la adopción de una conducta diferente. Una vez completada la terapia cognitivo-conductual, el psicólogo tiene que evaluar si su intervención brindó los resultados esperados o no.
Trastornos que pueden tratarse
Estudios clínicos han revelado la eficacia de la terapia cognitivo-conductual en el tratamiento de múltiples padecimientos. Las fobias, los ataques de pánico, los trastornos de alimentación, la depresión, el estrés postraumático, las adicciones y los trastornos de ansiedad están entre las afecciones que suelen abordarse con esta psicoterapia.
Cabe destacar que la terapia cognitivo-conductual incluso se considera útil para sujetos que, sin padecer una enfermedad mental o emocional, desean desarrollar recursos para lograr un mejor control de las situaciones estresantes. Las técnicas de relajación y el entrenamiento en habilidades sociales pueden formar parte de estas sesiones.
Por otra parte, en ocasiones el experto puede sugerir complementar las sesiones de terapia cognitivo-conductual con medicamentos (como ansiolíticos o antidepresivos). En este caso, los fármacos deben ser recetados por un psiquiatra.
Efectos negativos de la terapia cognitivo-conductual
Si bien las técnicas de terapia cognitivo-conductual no acarrean grandes riesgos, existen ciertos inconvenientes o situaciones incómodas que pueden surgir durante las sesiones o después de ellas.
El paciente, al explorar sus pensamientos y emociones, puede angustiarse e incluso enojarse en la sesión. Dicho malestar es probable que continúe durante un cierto tiempo.
Por otra parte, el terapeuta cognitivo-conductual puede llevar a su paciente a enfrentarse con aquello que trata de evitar, generándole estrés y ansiedad. Esto es posible que se dé en una terapia cognitiva para las fobias.