Adiáfora es una variante textual que no modifica el sentido de la obra original de manera sustancial o cuya desviación no es posible establecer. Su raíz etimológica se halla en el vocablo griego adiáphoros, que puede traducirse como “indiferente”. De acuerdo con la definición que nos proporciona el diccionario de la Real Academia Española (RAE), este término se usa en el terreno de la ecdótica (la disciplina dedicada al análisis de la edición de textos).
Variación de un texto
Una adiáfora, en este marco, es una variación de un texto. Tomemos el caso de “La Araucana”, un famoso poema de Alonso de Ercilla. Esta obra tuvo distintas ediciones entre 1569 y 1590, que derivaron en varias adiáforas.
En filosofía
El concepto también se emplea en el terreno de la filosofía, donde se puede entender como una actitud de apatía respecto a la realidad. A continuación, veremos el punto de vista que tienen de la adiáfora el estoicismo, el pirronismo y el luteranismo.
Para el estoicismo
El estoicismo considera las adiáforas actos que, desde el punto de vista moral, resultan indiferentes. Por lo tanto se hallan más allá de los juicios sobre lo que está mal o bien. Dicho de otro modo, una adiáfora no es indicada ni censurada de acuerdo a la moralidad ya que no aporta a la maldad ni a la bondad.
Los estoicos estimaban que lo malo y lo bueno eran cosas que los seres humanos podían controlar. Aquello que quedaba fuera era una adiáfora, que más que una acción podía ser una condición o un elemento. Las adiáforas relativas implicaban la existencia de una preferencia, mientras que las adiáforas absolutas se vinculaban a distinciones que carecían de relevancia.
Para el pirronismo
Según el pirronismo, la adiáfora representa todas las preguntas y todos los temas; dicho de otra manera, todo pragmata no se puede definir con claridad ni diferenciar. También califica todas estas cosas de incalculables, inconmensurables e inestables, por lo cual nos considera incapaces de distinguir entre la falsedad y la verdad, ya sea que nos apoyemos en nuestras ideas o nuestra percepción sensorial.
De acuerdo con Christopher Beckwith, un destacado filólogo estadounidense, dicho uso del término adiáfora denota la intención del fundador del pirronismo, Pirrón, de traducir al griego las Tri Laksana, una enseñanza fundamental budista según la cual el mundo y sus fenómenos son transitorios, insustanciales y están sujetos al sufrimiento. Agrega que, en particular, guarda una gran similitud con la segunda de estas características, la insustancialidad, la falta de alma o ego que perdure y sea independiente.
Para el luteranismo
En el luteranismo, por último, una adiáfora es una acción que no es ordenada ni censurada por Dios. Tal es la definición que se encuentra en la Fórmula de la Concordia, de 1577. De esta forma, el hecho de concretarla u omitirla resulta indistinto. A lo largo de la Reforma Protestante, que inició Martín Lutero en el siglo XVI, entender el significado de este concepto y su repercusión en la religión fue un tema de gran importancia.
En el año 1548, el emperador Carlos V tuvo la intención de juntar en su reino a los protestantes y los católicos por medio de una ley que tituló Interim de Augsburgo; sin embargo, ésta no fue aceptada porque no garantizaba que la fe pudiera justificar los hechos de manera fundamental. Un tiempo después, surgió el Interim de Leipzig, según el cual las diferencias de doctrinas que no tuvieran un vínculo con la justificación por medio de la fe debían ser consideradas adiáforas, entendidas como cosas no fundamentales para la salvación. Este decreto también fue rechazado por algunos teóricos. Pasaron muchos años hasta que lograron pulir sus diferencias y elaborar la definición expuesta en el párrafo anterior.