El diccionario de la Real Academia Española (RAE) reconoce al término ajado como adjetivo y como sustantivo. En el primer caso, el concepto alude a aquello que tiene ajos. El ajo, por su parte, es una planta cuyos bulbos, de sabor y aroma intensos, se utilizan como condimento en diversas preparaciones gastronómicas.
Esta definición nos lleva al uso de ajado o ajada como sustantivo. Se denomina ajada a una salsa que lleva ajo, sal y pan y que se emplea para condimentar pescados. La salsa también puede incluir pimentón y otros ingredientes.
La salsa ajada
La preparación de la salsa ajada es muy sencilla y toma poco tiempo. En primer lugar es necesario laminar dos ajos medianos por comensal, aunque la cantidad varía según el gusto de cada uno. Habiendo hecho esto, cubrimos la base de una sartén con aceite de oliva y seguidamente sofreímos los ajos. Cuando comienzan a dorarse, es el momento de retirar la sartén del fuego para sazonarlos.
Si bien existen diversas recetas de salsa ajada, que responden tanto a las costumbres de cada región como a las preferencias propias de cada familia, lo normal es condimentar las láminas de ajo con sal y pimentón dulce, revolver bien hasta que se mezclen los ingredientes y luego llevar nuevamente al fuego. Por último, podemos echar un chorrito de vinagre y fusionarlo con la salsa. Basta con un par de minutos de cocción para finalizar la preparación.
Algo desgastado
Es importante tener en cuenta que, más allá de lo culinario, la idea de ajado también se utiliza de otro modo, partiendo del verbo ajar. Esta acción alude a corroer, carcomer, desgastar o maltratar algo. Lo ajado, por lo tanto, está gastado, rajado, agrietado o roto.
Supongamos que alguien dice que ha encontrado un “retrato ajado” de su bisabuelo. La persona estará haciendo referencia a que halló una imagen de su ancestro que presenta los signos del paso del tiempo. Dicho retrato puede tener manchas o diversas marcas que le valen el calificativo de “ajado”.
Un “libro ajado”, por su parte, puede tener hojas rotas o con evidencias de humedad. Siguiendo con otros ejemplos de uso de este concepto, podemos decir que un hombre con el “rostro ajado” exhibe arrugas o cicatrices en su cara.
Claro que al usarlo para describir el aspecto de una persona también podemos jugar con los matices del término para dar a entender un cierto desgaste a nivel emocional, de forma similar a expresiones como “la mirada cansada”. Algunas experiencias negativas pueden ajarnos el alma, corroernos hasta quitarnos las fuerzas y dejar sus huellas en nuestro rostro.
Restaurar lo ajado
Cuando se vincula lo ajado a los daños que provoca el tiempo, el adjetivo suele asociarse con algo negativo. Por eso, no es raro que las personas traten de revertir los procesos responsables de que un determinado objeto haya quedado ajado.
En el caso específico de los muebles y los productos fabricados en madera, es posible aplicarle al material ciertos tratamientos que nos permitan disimular al máximo las marcas o, en los mejores casos, conseguir que desaparezcan por completo. A diferencia de los metales, la madera es muy fácil de pulir, especialmente para quienes se aventuran a una restauración casera.
Con ayuda de una hoja de papel de lija, una herramienta de gran fuerza y resistencia que cuenta con diminutos granos de arena o vidrio sobre una de sus caras, es posible desgastar la zona del objeto ajado hasta conseguir que la distancia entre el fondo de la grieta y la superficie que la rodea sea ínfima. Dependiendo del acabado que presente el producto en cuestión, este procedimiento puede acarrear la necesidad de volver a aplicar barniz o pintura, por ejemplo.