La autocompasión es la compasión que una persona siente hacia sí misma. La compasión, en tanto, es un sentimiento de ternura y pena que surge frente a una situación adversa.
Quien tiene autocompasión, pues, experimenta pena por sí mismo. Esto suele darse cuando el sujeto no acepta la adversidad o cree que no será capaz de adaptarse y sobreponerse a ella.
Aquel que registra la autocompasión piensa que es una víctima. Por eso está convencido de que merece comprensión, piedad o condolencias. Dicha sensación no contribuye a la superación de los problemas, sino que genera el efecto contrario: al tener pena de sí mismo y suponer que debe ser comprendido y apoyado, el individuo adopta una posición pasiva.
Es importante tener en cuenta, de todos modos, que la autocompasión no siempre es negativa. Se trata, en un primer momento, de una reacción normal frente al estrés, ya que hace que un ser humano preste atención a aquello que le está pasando.
Por eso, si la autocompasión es pasajera, no es mala intrínsecamente. La clave es que luego dé paso a la decisión de modificar o, si esto no es posible, aceptar la situación estresante o que causa dolor.
La autocompasión se vuelve peligrosa cuando se combina con una autoestima baja. Si alguien no confía en sus propias capacidades y habilidades y siente lástima por su realidad, se victimiza y hace culpables a los demás o al destino de sus dificultades o fracasos. Además no logra detectar nunca lo positivo y padece la desmotivación.
Dado que se trata de una suerte de mecanismo de defensa que aparece ante la angustia, si se encauza de la manera correcta puede ser el punto de partida de la sanación. Sin embargo, si se alimenta, puede convertirse en una carga extremadamente pesada que nos impida continuar avanzando.
Como sucede con cualquier problema, el primer paso para resolver la autocompasión es asumir su existencia. Por lo general sucede que alguien nos acusa de tener esta actitud, de sentir pena por nosotros mismos o de culpar a los demás de nuestros fracasos. Esto puede ser muy duro de enfrentar y, mucho más de aceptar. Sin embargo, si no lo hacemos, jamás saldremos del bucle.
Quizás lo peor de no afrontar la propia responsabilidad es que nos cerramos la puerta a resolver ese problema que tanto daño nos hace. Decir «estoy siendo autocompasivo» no beneficia a nadie tanto como a nosotros mismos; no lo hacemos para complacer a quienes nos acusan de ello ni para que ganen una discusión, sino para recuperar el control sobre nuestra propia vida y volver a sentirnos plenos.
Una de las mayores dificultades a la hora de tratar este problema es la falta de formalidad con la que se encara, dado que no se considera una enfermedad ni un trastorno de la personalidad. Por el contrario, la gente suele calificarlo de capricho, o bien del resultado de la falta de voluntad de asumir la propia responsabilidad. En otras palabras, no existe una terapia ni un grupo de autoayuda para dejar atrás la autocompasión, sino que es un desafío que debemos superar por nuestra cuenta.
Una vez que asumimos la presencia de la autocompasión, por lo tanto, podemos pasar a adoptar una perspectiva relativamente alejada para intentar entender su raíz. Es muy fácil repetir «me siento mal» o «es tu culpa», pero no tanto explicar «por qué». Lo normal es que la manifestación del malestar no se relacione directamente con éste, como sí sucede cuando el estómago nos indica que tenemos hambre. Para hallar la fuente del problema debemos reflexionar, conocernos mejor a nosotros mismos y proponernos cambiar nuestras decisiones por otras si vemos que las antiguas nos conducen inevitablemente al fracaso.