El verbo ceder, que deriva del vocablo latino cedĕre, tiene varios usos. La primera acepción que menciona el diccionario de la Real Academia Española (RAE) alude a procurar, suministrar o entregar algo a alguien.
Por ejemplo: “El magnate ruso anunció que va a ceder parte del terreno para la construcción de una escuela pública”, “El gobernador no está dispuesto a ceder el poder”, “El equipo español podría ceder al delantero sueco ya que no tiene lugar en su plantilla”.
Ceder también puede referirse al acto de rendirse, perder o ser sometido: “No voy a ceder por más que me amenacen: estoy dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias”, “Las críticas obligaron al gobierno a ceder”, “Las autoridades no están dispuestas a ceder ante los reclamo de los terroristas”.
En las relaciones interpersonales, ceder puede tener una connotación negativa si se trata de la represión de los propios sentimientos, pero también positiva, si sirve para adaptarse a las necesidades de la otra persona sin dejar de lado las propias. Dada la gran complejidad de los lazos sentimentales, es muy difícil distinguir con claridad las decisiones nocivas de las constructivas.
Cuando nos acercamos a una persona para compartir nuestra vida con ella, lo normal es que se den varias etapas bien definidas y que la primera se caracterice por un enamoramiento que oculta bajo un velo de embeleso los defectos del otro; si no sabemos aceptar con madurez la transición hacia la segunda etapa, en la cual comienzan a volverse visibles las diferencias y aparecen los primeros roces, entonces no hay muchas probabilidades de que la relación sea duradera.
Ceder ante los obstáculos que nos impiden ser felices es positivo, ya que puede significar deshacernos de actitudes o formas de pensar que atentan contra nuestro bienestar; en una relación, puede tratarse de rasgos de nuestra personalidad que nos resultaban útiles en el pasado, en la casa de nuestros padres, pero que no son compatibles con nuestra pareja, razón por la cual deberíamos archivarlos y reemplazarlos por otros.
Si, por el contrario, cedemos ante ciertas presiones con el único objetivo de no perder a la otra persona a pesar de que nuestra decisión nos haga daño y no nos permita respirar, entonces el verbo puede convertirse en nuestra condena personal. Adaptarse a los demás siempre debería tener un límite: no hay nada de malo en amoldarnos, así como lo hacen todas las otras especies de seres vivos para organizarse en sociedad, pero nunca deberíamos aplastar eso que nos vuelve únicos.
En el ámbito del deporte, ceder está asociado a perder posiciones o tiempo en comparación a la ganancia que consigue un oponente: “El corredor australiano acaba de ceder cuarenta y ocho segundos respecto del líder en la última vuelta”, “Con esta derrota, el conjunto italiano cedió cuatro posiciones en la tabla”, “El tenista serbio ganó el torneo sin ceder un set”.
Cuando un elemento se suelta o se rompe debido a la acción de una fuerza intensa, puede afirmarse que cedió: “¡Cuidado! El puente está a punto de ceder debido al peso”, “El gran caudal de agua hizo ceder al dique y se produjo una inundación”.
El concepto, por último, puede referirse a la disminución de la intensidad de la fiebre, el frío, el viento u otro factor: “Las ráfagas comenzarían a ceder a partir de mañana”, “Las bajas temperaturas siguen sin ceder”.
Precisamente, en esta última acepción se pueden apreciar ciertos matices de este término, como son la acción de «rendirse» o «perder fuerza«, algo que también ocurre cuando nos adaptamos a una situación que nos exige un cambio para alcanzar la armonía.