Cercenar es un verbo que refiere a cortar las extremidades de algo. El término, procedente del latín circinare, también puede hacer mención a acortar o a disminuir alguna cosa, ya sea de manera física o simbólica.
Por ejemplo: “Tras pescar el tiburón, el hombre no dudó en cercenar su aleta para exhibirla como trofeo”, “El asesino primero disparó contra la víctima, luego la golpeó con un palo y finalmente se dedicó a cercenar sus extremidades superiores”, “El dueño de la empresa pidió cercenar los gastos para evitar mayores pérdidas”.
Cercenar un cuerpo
La cercenadura o el cercenamiento pueden aplicarse a un cuerpo humano o animal. Si tomamos el caso de un psicópata que, además de matar a sus víctimas, decide cortarles los brazos y las piernas como si de un ritual se tratase, podrá decirse que este criminal cercena a quienes asesina.
Un cazador también suele cercenar a sus presas. Un hombre que caza un jabalí y que se dispone a comerlo, deberá realizar una serie de pasos antes de poder cocinar su carne. Uno de ellos será cercenar al animal, separando sus extremidades.
Uso simbólico del concepto
El cercenamiento puede llevarse a cabo sobre cuestiones que no son materiales, como un presupuesto o un periodo temporal. Las personas encargadas de ingresar dinero en un grupo familiar pueden pedirles a los demás que cercenen los gastos superfluos para que todos puedan viajar de vacaciones en el verano.
En un sentido similar, el organizador de un festival artístico puede cercenar el tiempo de actuación de un cantante, limitándolo a media hora frente a los 45 minutos previstos originalmente.
Cercenar animales como alimento
Este término pone en evidencia un fenómeno que nos caracteriza de forma lamentable: los mismos actos de violencia que repudiamos entre seres humanos, los aceptamos como normales y necesarios cuando los receptores son animales de otras especies. En los ejemplos anteriores, se muestra que el uso del verbo cercenar entre personas sólo se puede dar si quien lo efectúa es un psicópata, un asesino, una persona enferma.
Sin embargo, si el ser mutilado es un animal no humano, no existe un problema social: nadie en su sano juicio mostraría a un niño un vídeo de una persona cortándole los brazos a otra, pero lo más normal es que la familia entera vaya al supermercado y se pasee entre las heladeras de carne, donde se exhibe una gran variedad de cortes e incluso algunos animales que conservan un aspecto muy similar al que tenían antes de haber sido asesinados, como ocurre con los cerdos.
Pero la contradicción no sólo se puede apreciar cuando hay niños de por medio: salvo los individuos con vocaciones relacionadas con la medicina, no es normal que alguien pueda soportar una escena de extrema violencia, que incluya una mutilación a un ser humano, aunque la mayoría de las personas trocea con total normalidad la carne que compra en prolijas bandejas etiquetadas.
¿Cómo se explica tal diferencia de reacción, sobre todo teniendo en cuenta que muchos seres humanos sentimos un apego muy profundo por perros, gatos y caballos, por ejemplo, que no son tan diferentes de vacas, cerdos y gallinas? En la respuesta destacan dos factores fundamentales, que son la cultura y la organización del mercado.
Por un lado, nos inculcan desde pequeños que la carne es necesaria para nuestra alimentación, que posee un gran número de propiedades que no podemos encontrar en las verduras, por lo cual dependemos de ella para vivir; se ha demostrado que esto carece de veracidad en más de un estudio, ya que hay muchas personas veganas que llevan vidas sanas sin tocar un sólo producto de origen animal.
Con respecto a la forma en la que se organiza el mercado, los animales no son asesinados frente a los consumidores, sino que todo el proceso de explotación, que incluye torturas tales como el hacinamiento, ocurren en un plano que para muchos es casi abstracto; los medios de comunicación nos muestran a una vaca sonriendo, feliz de darnos leche y carne, y nosotros lo aceptamos porque es más cómodo que buscar la verdad e ir en contra de siglos de costumbres.