El término click pertenece a la lengua inglesa, aunque es de uso habitual en nuestro idioma. En castellano, de todas formas, debería emplearse el vocablo clic, una onomatopeya reconocida por la Real Academia Española (RAE) en su diccionario.
Esta onomatopeya se utiliza con la intención de imitar determinados ruidos, como aquel que se genera cuando alguien aprieta un botón o el gatillo de un revólver. Por ejemplo: “Escuché el click del arma pero la bala no salió”, “Creo que el pulsador no funciona: hace click pero la máquina no se enciende”, “Estaba sirviendo el café cuando un click me hizo notar que la taza se había rajado”.
El uso más habitual de la noción, de todos modos, se asocia específicamente a la acción de pulsar un botón de un mouse (ratón), el periférico que se utiliza para dar instrucciones a una computadora (ordenador). El usuario, al mover el mouse, desplaza una flecha por la pantalla. Una vez que se posiciona sobre un ícono o un enlace, puede hacer uno o dos clicks para seleccionarlo o abrirlo o para desplegar un menú.
Los mouses, en su mayoría, tienen dos botones. Por lo general el botón izquierdo es el que se utiliza para seleccionar, abrir o ejecutar algo, acciones que se logran haciendo un click o dos clicks, según el caso. Un click en el botón derecho del ratón, en cambio, suele permitir el despliegue de un menú con varias opciones.
Otra posibilidad que brindan los mouses es hacer un click y, sin dejar de presionar el botón, arrastrar un ícono. Esta acción puede ser útil para mover un archivo de una carpeta a otra.
La magia de la informática y del desarrollo de software en general reside en que el usuario termine creyendo que el entorno de trabajo digital es parte del mundo material, que detrás del monitor realmente existe un escritorio con su correspondiente papel tapiz, una serie de directorios con sus archivos y diversos programas que pueden verse y tocarse.
Así como en la ficción se da la suspensión de la incredulidad, un fenómeno que describe el estado en el que entramos cuando comenzamos a creer en la lógica interna de una historia (ya sea al leer un libro, ver una película o jugar un videojuego), cuando pasamos varias horas al día frente a una pantalla terminamos olvidando que nada de lo que vemos y usamos es material, que no hay hojas de papel ni lápices moviéndose detrás de un cristal, sino que todo, absolutamente todo ha sido creado desde cero por un grupo de programadores y diseñadores, entre otros profesionales.
Al hacer click, es decir, al presionar uno de los botones de un ratón y soltarlo rápidamente, no hacemos más que eso; o sea, no seleccionamos una carpeta, ni pulsamos un botón ni ubicamos un cursor, porque nada de eso existe. Nuestra acción no es otra cosa que un fenómeno motriz y mecánico, que repercute en otro perteneciente al mundo de la electricidad y los circuitos; cada fase que se da a partir de ese momento ha sido pensada específicamente por los muchos nombres gracias a los cuales hoy en día tenemos ordenadores.
Cuando nuestro click llega al sistema operativo, tampoco toca directamente ninguno de los elementos antes mencionados, sino que ubica en una lista de eventos que deben ser evaluados para decidir su repercusión: si nos encontramos usando un programa que admita el uso del mouse, entonces se ejecutan las funciones pertinentes para que nuestra acción genere el cambio esperado; de lo contrario, el evento se ignora, como si no hubiésemos hecho nada, algo que jamás ocurre si tomamos un lápiz y pasamos su punta sobre una hoja de papel.