El concepto de contrapunto, que deriva del latín contrapunctus, se emplea en el terreno de la música para nombrar a la combinación armoniosa que establecen voces contrapuestas o distintas melodías.
Como técnica compositiva, el contrapunto estudia el vínculo entre diferentes voces para alcanzar un equilibrio armónico. La tendencia comenzó a desarrollarse en el siglo XV y se impuso en la mayoría de las composiciones realizadas en el mundo occidental, extendiéndose hasta la actualidad.
Puede decirse que el contrapunto apuesta por combinar líneas musicales que tienen un sonido muy diferente pero que, al ser tocadas de manera simultánea, logran una armonía. La escritura musical según el contrapunto requiere que se respeten ciertas reglas para alcanzar la armonía pretendida.
La música de cámara, por ejemplo, suele emplear cuatro voces: soprano, contralto, tenor y bajo. Mediante las reglas del contrapunto, estas voces mantienen una independencia aunque, a su vez, suenan en armonía.
Desde un punto de vista histórico, el contrapunto tiene una importancia incalculable en la música de Occidente, la cual comenzó en la Edad Media. A lo largo del Renacimiento, atravesó un desarrollo especialmente fuerte, y llegó a tener un papel predominante durante el barroco, el clasicismo y el romanticismo, aunque poco a poco fue perdiendo relevancia frente a otras técnicas de composición.
Podemos decir que con el tiempo los compositores coronaron la armonía como el principio de organización más importante. A grandes rasgos, la armonía se asocia con el enlace de notas de manera simultánea para formar acordes, y esto se refleja en una escritura «vertical» (en el pentagrama las notas se colocan unas sobre otras), de forma opuesta a lo que ocurre con la melodía, que se desarrolla en dirección «horizontal».
Durante el Renacimiento, dos de los compositores dignos de ser destacados a la hora de buscar ejemplos de contrapunto son Palestrina y Orlando di Lasso; el primero era originario de Italia y lo consideran el maestro del contrapunto, mientras que el segundo, francoflamenco, fue el líder de la escuela romana.
Fue a finales del barroco que, según los expertos, el contrapunto rozó la perfección, especialmente a través de las obras del aclamado Johann Sebastian Bach, entre las que destacan Ofrenda musical, El arte de la fuga y El clave bien temperado.
La influencia de Bach se puede apreciar en el denominado contrapunto ilustrado, en particular en el legado de Wolfgang Amadeus Mozart, quien aprovechó esta técnica de composición en muchas de sus últimas creaciones, como ser sus cuartetos haydianos, compuestos entre 1782 y 1785. Ludwig van Beethoven y Franz Joseph Haydn también destacan por su uso del contrapunto.
Ya en el romanticismo tenemos los trabajos de Johannes Brahms, quien se cuenta que se volcaba por el contrapunto para combatir el aburrimiento. Su Deutsches Requiem es un claro ejemplo del uso que hizo de la fuga; se trata de una obra para soprano, barítono, coro y orquesta que medita acerca de la vida y la muerte partiendo de escrituras bíblicas.
En algunos países sudamericanos, se llama contrapunto al reto o enfrentamiento de dos o más poetas o cantores populares. Los contrapuntos son habituales entre los payadores, por citar un caso.
Para el lenguaje coloquial, un contrapunto es un contraste o una oposición que surge entre dos elementos que existen o se producen de manera simultánea: «El proyecto de ley generó un contrapunto entre los productores rurales y el gobierno», «La actuación del conjunto local provocó un contrapunto de emociones en el público», «Contrapunto entre los dichos del presidente y las declaraciones del ministro de Economía».
«Contrapunto», por último, es el título con el cual se publicó en nuestro idioma la novela «Point Counter Point» del inglés Aldous Huxley.