El vocablo francés contrôle llegó a nuestro idioma como control. La noción puede aludir, según el contexto, a fiscalizar, comprobar, regular o dominar.
El adjetivo social, en tanto, refiere a aquello vinculado a la sociedad. Se denomina sociedad a la agrupación de individuos que viven en un mismo territorio, respetando reglas en común.
Con estas ideas en claro, podemos avanzar con la definición de control social. Así se llama al conjunto de los mecanismos, las prácticas y los valores que apuntan a la conservación del orden en el interior de una sociedad.
Qué es el control social
El control social incluye el uso de la fuerza por parte del Estado, pero también métodos simbólicos y no violentos. Por lo tanto, va más allá de la coacción.
Es importante indicar que el Estado dispone del monopolio de la utilización de la fuerza: solo las instituciones y los funcionarios avalados por la Constitución están habilitados a recurrir a la violencia para imponer el orden. Por eso, las autoridades constitucionales cuentan con facultades legales para apelar, dentro de ciertos límites, a la represión y así ejercer el control social.
En el control social, de todas formas, también se contemplan intervenciones no estatales. Los medios de comunicación, las instituciones religiosas y las costumbres forman parte del engranaje que, de múltiples maneras, contribuye a mantener la paz y favorece las relaciones armoniosas.
El rol del derecho
El derecho es el parámetro que se toma como base para el control social. Se entiende que un gobierno, elegido de manera democrática por el pueblo, debe desarrollar el control social para propiciar que las conductas con relevancia jurídica sean lícitas. A su vez, debe arbitrar los medios para prevenir y castigar las conductas ilícitas.
Es posible señalar, por otra parte, que las conductas lícitas son las deseadas, mientras que las ilícitas son las indeseadas. Con el control social, se pretende que la población se desenvuelva en el marco de un contexto adecuado y que, respetando las libertades individuales, promueva el desarrollo y el bienestar.
El control social y el consenso
Independientemente del poder coercitivo del Estado, el control social requiere de un consenso. Los ciudadanos aceptan ese control al considerar que resulta necesario para la convivencia.
Dicha aceptación se construye por múltiples vías. La cultura juega un papel muy importante ya que incide en lo que es aceptado como válido y en lo que se condena socialmente. En este punto hay que tener en cuenta la relevancia de la moral, las tradiciones, los prejuicios y otros factores.
En este marco, asimismo, el control social no solo es negativo o represivo: también puede funcionar con estímulos positivos. De esta manera, se reconoce a los sujetos que se califican como valiosos o útiles para la comunidad.
Cuando no hay consenso, el control social se torna imposible. La falta de respeto por la autoridad, la no aceptación de las normas y la ausencia de consideración por el prójimo atentan contra la integridad del tejido social. Esta situación provoca que, en los espacios públicos, reine el caos, además de generar el mal funcionamiento de las estructuras institucionales.