El vocablo latino cooperatio derivó en el término cooperación, que alude al acto y el resultado de cooperar: actuar en conjunto para alcanzar un objetivo en común o accionar a favor de los intereses de alguien.
Por ejemplo: «Debido a las consecuencias de las inundaciones, los damnificados necesitarán la cooperación de todos para salir adelante», «Disculpe, ¿podría pedirle su cooperación? Tengo un problema mecánico y necesito ayuda para empujar mi automóvil», «Ambos países establecieron un acuerdo de cooperación científica».
La cooperación implica una colaboración, una contribución o una asistencia. Supongamos que dos naciones firman un convenio de cooperación educativa. El pacto propone que los expertos en políticas educativas y los educadores de ambos países realicen un trabajo en conjunto para mejorar la formación de todos los habitantes.
Los acuerdos de cooperación en distintos ámbitos son usuales entre los Estados para potenciarse mutuamente. En este marco puede hablarse de la cooperación militar, la cooperación medioambiental, la cooperación judicial y la cooperación económica, entre otras.
También existen diversos organismos de cooperación internacional. Entre ellos aparece la Cooperación Regional del Océano Índico, establecida en 1995 y formada actualmente por diecinueve integrantes. Su función es aportar información a los empresarios de la región para favorecer la inversión y la actividad comercial.
La Cooperación Económica del Mar Negro, por su parte, trabaja para el establecimiento de criterios comunes que permitan el desarrollo regional. Esta institución fue creada en 1992, con sede en Estambul (Turquía). Entre sus miembros se encuentran Turquía, Rusia, Grecia, Ucrania, Rumania, Serbia, Bulgaria y Albania.
Diversos investigadores, entre los que destacan Martin Nowak y Robert Axelrod, desarrollaron a finales del siglo XX la teoría de la cooperación, basada en la idea de que cada individuo persigue su propio interés, sin que una autoridad central los fuerce a ayudar a los demás. Axelrod publicó un libro titulado La evolución de la Cooperación, en el cual indaga acerca de las formas en las que la cooperación surge y se mantiene en una comunidad, y en qué condiciones suele predominar el egoísmo.
Un matemático norteamericano llamado Merrill Flood Meeks, por su parte, desarrolló un problema titulado el dilema del prisionero, que sirve para demostrar que dos individuos pueden escoger no cooperar incluso si esto se opone al interés personal de cada uno. Veamos a continuación su enunciación clásica:
Dos personas sospechosas son arrestadas por la policía. No existen pruebas suficientes para condenarlas, por las cuales las separan y les ofrecen el siguiente trato: si solamente una de ellas confiesa, le conceden la libertad y condenan a la otra a diez años de prisión; si las dos confiesan, entonces las condenan a seis años; si las dos niegan su culpabilidad, entonces la pena para ambos es de un año.
Tomando estas posibilidades en cuenta, si los dos prisioneros son egoístas y solamente persiguen la meta de salir en libertad cuanto antes, tienen a su disposición dos opciones: quedarse en silencio para ayudar a su cómplice, o bien traicionarlo por medio de una confesión. No olvidemos que la decisión de cada uno no deriva en una condena específica hasta que no se produce la del otro y, para complicar aún más las cosas, ninguno de los dos sabe qué hará su compañero.
El estudio de este dilema nos lleva a suponer que ni siquiera tras una supuesta conversación en la que ambos prisioneros pudiesen ponerse de acuerdo podrían realmente confiar en el otro, y por esta razón la cooperación no es la actitud dominante, sino la confesión; claro que, si los dos deciden confesar, creyendo que de este modo aumentan las probabilidades de salir en libertad, ambos se verán sometidos a una condena.