El derecho a la privacidad es la potestad que tiene un individuo para resguardar su información personal y aquellos actos que pertenecen a su vida íntima. Esta protección abarca las acciones y los datos propios de un sujeto que no pueden difundirse sin su consentimiento.
Es importante tener en cuenta que un derecho es una facultad que avala a un ser humano a exigir o realizar lo que las leyes fijan a su favor. La privacidad, en tanto, es lo que se lleva a cabo a nivel personal, familiar o doméstico, sin formalismos y a la vista de nadie o de pocos.
De este modo, el derecho a la privacidad está asociado al cuidado de la intimidad. Los datos sensibles de una persona, que atañen a su imagen, su integridad y su honor, no pueden ser divulgados sin su aval.
Historia del derecho a la privacidad
La historia del derecho a la privacidad tiene sus orígenes en el siglo XVIII. Si bien, de una forma u otra, antes las personas también pretendían proteger determinadas cuestiones íntimas, la relación entre esa pretensión y un recurso legal o político no es tan antigua.
Fue en el derecho inglés donde, tomando como punto de partida un aforismo que señala que «la casa de cada hombre es su castillo», se estableció el hogar como un espacio de protección personal inviolable, incluso para los monarcas. A fines del siglo XIX, en Estados Unidos, apareció un artículo de Louis Brandeis y Samuel D. Warren que definió la privacidad (privacy) como el derecho a estar en soledad y a no ser molestado, asociando así el anonimato con la autonomía.
En este marco, el juez estadounidense Thomas M. Cooley presentó un tratado de derecho constitucional en 1868 donde citó el mencionado aforismo británico y relacionó tres enmiendas de la Constitución de su país con la protección de la privacidad (data privacy). Para Cooley, las garantías jurídicas del domicilio se extienden a la protección de los datos del individuo frente al accionar de los gobernantes y los procesos judiciales.
Actualmente el derecho a la privacidad se encuentra garantizado en la mayoría de los sistemas legales. De hecho, la Declaración Universal de los Derechos Humanos incluye alusión a la vida privada, mencionando que no puede ser «objeto de injerencias arbitrarias» ni de «ataques», refiriéndose también al cuidado de la reputación y la honra.
Un cambio social
Como ya indicamos, la idea de privacidad no tiene una gran tradición jurídica. Tampoco dispone de un amplio recorrido filosófico ni de una extensa aplicación práctica.
Se cree que en la prehistoria, por ejemplo, no existía el concepto de privacidad. Durante mucho tiempo, todos los esfuerzos fueron orientados a la supervivencia debido a que no existían recursos técnicos para resolver diversas cuestiones: por eso, sirvientes y amos podían dormir en una misma cama para no sufrir el frío, por mencionar una realidad.
A medida que se avanzó en la resolución de problemáticas domésticas y cotidianas y se ganó en comodidad, la privacidad fue surgiendo como un valor. De a poco, ciertos actos se fueron ocultando de la vista de los demás y comenzó a salvaguardarse lo que hoy entendemos como la esfera íntima de cada individuo. Incluso, tal como mencionamos líneas arriba, se estableció en las leyes que ni siquiera los gobiernos podían avasallar esa intimidad.
Sin embargo, en las últimas décadas el panorama volvió a cambiar. Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) ponen en riesgo o directamente vulneran la privacidad, en algunas ocasiones de un modo oculto y en otras planteándolo de manera directa con la aprobación de los sujetos. Es habitual que un usuario de Internet acepte ceder datos privados (su nombre completo, número de documento, dirección, teléfono, etc.) a cambio de acceder a un servicio, por ejemplo.
La vulneración del derecho a la privacidad también es una consecuencia de las medidas que apuntan a la protección de la seguridad. Desde las cámaras de videovigilancia instaladas en la vía pública hasta la intromisión estatal en llamadas telefónicas y correos electrónicos para prevenir el terrorismo, son muchos los factores que atentan día a día contra la intimidad.
La identidad digital y el derecho a la privacidad
La noción de identidad digital refiere a la información personal de un individuo que se encuentra disponible en Internet o que es gestionada por una plataforma virtual. Alguien puede aportar sus datos voluntariamente en un proceso de registro, pero también hay contenidos que los sitios web recogen con cookies de seguimiento y otras herramientas.
En general, los hábitos de los internautas son supervisados y aprovechados por las empresas. Si bien las compañías deben informar su política de privacidad, muchas veces los usuarios no hacen valer su derecho a la intimidad.
La recopilación de datos le permite a una plataforma ofrecer publicidad dirigida, lo cual supone una gran ventaja para el anunciante. También le sirve para brindar experiencias personalizadas.
Los navegantes, de todos modos, cuentan con varios recursos para cuidar la confidencialidad y lograr una protección de la identidad. Hay herramientas de anonimato que contemplan la navegación privada, por indicar una posibilidad.
Por otra parte hay señalar que el derecho a la privacidad puede ser violado por delincuentes. Cuidar la seguridad en Internet es clave para la protección contra el robo de identidad: por eso se requiere la encriptación de las comunicaciones, el uso de firewalls y otros mecanismos de ciberseguridad.