El vocablo latino dilapidāre llegó a nuestro idioma como dilapidar. Este verbo alude a derrochar o despilfarrar recursos, ya sean propios o aquellos que un individuo tiene la responsabilidad de gestionar o administrar.
Por ejemplo: “Si sigues así, vas a dilapidar todos tus ahorros”, “No hay que dilapidar el agua ya que se trata de un recurso escaso”, “¿Hasta cuándo vamos a tolerar que los funcionarios públicos se dediquen a dilapidar los fondos públicos?”.
Dilapidar implica malgastar: realizar un gasto innecesario. Quien dilapida dinero o algún bien que puede agotarse, por lo tanto, lo está desperdiciando. Se trata de una conducta que no resulta lógica o racional.
Supongamos que un hombre gana una suma millonaria en la lotería. Sus familiares y amigos le sugieren que disfrute el premio, pero que también ahorre e invierta para asegurarse de que en el futuro no tenga ningún problema económico. El sujeto afortunado, sin embargo, comienza a dilapidar el dinero que ganó: compra productos que no necesita ni usa, utiliza billetes para encender sus cigarros, le paga bebidas a gente que ni siquiera conoce y se le acerca por conveniencia, etc. De este modo, en unos pocos años el hombre se queda sin dinero.
La energía eléctrica también es un recurso que, en ocasiones, es dilapidado. Cada región tiene una capacidad limitada de generación: una vez llegado a ese límite, se producen cortes e interrupciones del servicio debido a la alta demanda. Si una persona deja encendidas todas las luces de su casa, utiliza el aire acondicionado a una temperatura inferior a la recomendada y nunca apaga el televisor aunque no lo esté viendo, está dilapidando electricidad.
Como puede ocurrir con muchos otros términos, dilapidar tiene al menos uno muy parecido, en este caso nos referimos a lapidar, que genera ciertas confusiones en el habla cotidiana, ya que algunas personas los usan de forma indistinta a pesar de que sus significados sean muy diferentes. Entendemos por lapidar la acción de «matar a alguien a pedradas», es decir, lanzándole piedras con violencia, o bien a la acción misma de «lanzar rocas contra una persona».
En este marco podemos hablar del sustantivo lapidación, que precisamente hace referencia a una forma de ejecución que se usaba en la antigüedad, la cual consistía en arrojar piedras de manera violenta contra un reo hasta quitarle la vida. Dado que los seres humanos somos capaces de soportar fuertes golpes sin perder el conocimiento, siempre que se asesten en ciertas partes del cuerpo, esta condena era especialmente atroz porque producía una muerte muy lenta y dolorosa.
Si nos preguntamos la razón por la cual es común que las personas de habla hispana confundan estas dos palabras en el lenguaje informal, probablemente dirijamos la mirada a su componente «lápida», que en latín deriva de lapis, lapidis (que puede traducirse como «piedra»). En la etimología del verbo lapidar encontramos lapidare, que también significaba «matar a golpes de piedra», y que adjuntaba al sustantivo lapis, lapidis el sufijo -ar, tan usado en nuestra lengua.
Pues en el verbo dilapidar tenemos también el sustantivo lapis, lapidis, y la razón de que ambos términos usen la idea de «piedra» para formar sus significados es que al pensar en «malgastar, despilfarrar o derrochar» dinero podemos imaginar a alguien tirando piedras sin ningún reparo, desperdiciando sus bienes de forma indiscriminada e inconsciente.
En conclusión, no debemos decir, por ejemplo, que «el periodista dilapidó a la cantante en su artículo por la calidad de su presentación en el teatro» sino que, en sentido figurado, «la lapidó», haciendo referencia al carácter negativo de su crítica, probablemente señalando con dureza aspectos de su voz y de su presencia en el escenario.