El origen etimológico de disartria se halla en un vocablo griego compuesto formado por los términos dys- (“dis-”) y árthron (“articulación”). Dicho vocablo pasó al latín científico como dysarthria, que llegó a nuestra lengua como disartria.
La disartria es una condición médica que alude a un problema para articular las palabras. Esta problemática aparece con ciertas enfermedades nerviosas y suele vincularse a lesiones del sistema nervioso (periférico o central).
A diferencia de la afasia, la disartria no es una alteración del lenguaje: se trata de una dificultad en el habla. El individuo que padece disartria no logra articular los fonemas de manera adecuada.
El paciente, en este contexto, puede expresarse con voz forzada y registrar alteraciones en el volumen y el tono del habla. Además, debido a la articulación deficiente, puede emitir sonidos que no existen en su lengua y presentar una respiración irregular durante el proceso comunicativo.
De acuerdo a su causa, es posible diferenciar entre múltiples tipos de disartria. La disartria cerebelosa, por ejemplo, surge por un problema en el cerebelo. La disartria bulbar, por su parte, se relaciona a un daño en el bulbo raquídeo, mientras que la disartria pseudobulbar está asociada a lesiones en las vías que unen el bulbo raquídeo con la corteza cerebral. Otra clase de disartria es la disartria parkinsoniana, una consecuencia del mal de Parkinson.
El tratamiento de la disartria suele incluir la participación de fonoaudiólogos, fisioterapeutas, neurólogos y otros especialistas. Por lo general se busca el fortalecimiento de los músculos que intervienen en el habla y lograr una mejora en la capacidad respiratoria, entre otras cosas.
Los especialistas mencionados en el párrafo anterior tienen diferentes objetivos en el largo camino que conlleva el tratamiento de la disartria. Con respecto a los neurólogos, por ejemplo, se trata de los profesionales que se encargan de identificar el origen de esta patología. Luego entran en acción los logopedas, los terapeutas ocupacionales y los fiosoterapeutas, quienes deben llevar a cabo el trabajo de rehabilitación del habla. Los psicólogos, por su parte, deben ayudar a los pacientes de forma activa para enfrentar los problemas derivados de la disartria, como ser la depresión y el aislamiento social.
A menudo, es el médico de cabecera o el pediatra quien refiere a sus pacientes a un neurólogo en cuanto advierte un síntoma de la disartria, a menos que exista una patología mayor, como ser la parálisis cerebral, que haya sido identificada desde el momento del parto.
Para determinar las áreas que se ven afectadas por la enfermedad y en qué grado, la intervención del logopeda es fundamental. Habiendo recogido estos datos, comienza a elaborar un plan de trabajo que se ajusta a las necesidades de cada paciente, que ordena de manera prioritaria dichas áreas, de manera que el enfoque se realice en las que repercutan en mayor medida en la vida cotidiana del individuo. Dado que se trata de una colaboración multidisciplinar, el logopeda debe coordinarse con los demás especialistas.
Uno de los aspectos más importantes del tratamiento es mantener informadas a las personas cercanas al paciente de forma adecuada acerca de las características del mismo y del modo en el que pueden o deben colaborar.
Tanto en el consultorio del especialista como en el hogar, el paciente debe tratar las siguientes cuatro áreas: el habla, la respiración, la deglución y la voz. Para cada una de ellas, existen diferentes consejos y actividades fáciles de aprender que fueron ideadas para su práctica sin supervisión médica. Se aconseja a los profesionales entregar al paciente todas las indicaciones por escrito y realizar un seguimiento de la evolución, siempre abiertos a modificar ciertos aspectos del tratamiento si resulta necesario.