Alguien dócil es disciplinado, sumiso o tranquilo. Por lo general este adjetivo procedente del vocablo docĭlis se emplea para calificar a quien es adoctrinado, instruido o sometido con facilidad.
Por ejemplo: “Es un muchacho muy dócil, nunca cuestiona las órdenes que le damos”, “Mi abuelo es un paciente dócil que se somete a los tratamientos sin protestar”, “El presidente sueña con tener un parlamento dócil, pero la oposición está dispuesta a presentar batalla”.
El desarrollo de la sociedad se basa en el cumplimiento de una serie relativamente compleja de normas, que regulan nuestro comportamiento para evitar que nos salgamos de las líneas previamente trazadas. Si todos hacemos lo que se espera de nosotros, es decir, si somos dóciles, entonces nos convertimos en individuos útiles para nuestra comunidad y de ese modo permitimos que crezca y se enriquezca. Si, por el contrario, tomamos decisiones que se opongan a las comunes, ponemos en riesgo el orden, aunque sea para reemplazarlo por uno mejor.
Dicho de esta manera, ser dócil puede tener una connotación negativa, ya que es sinónimo de «no cuestionar las ideas» o «no hacer caso de las propias». A lo largo de nuestro crecimiento, la docilidad es más común en la infancia y en la adultez que en la adolescencia, aunque la realidad de cada individuo puede ser diferente.
Cuando dependemos al cien por ciento de nuestros mayores, solemos oponer menos resistencia a sus indicaciones, a pesar de las muchas travesuras que podamos hacer. En la adolescencia, por otro lado, comenzamos a tener más poder, y eso nos permite cuestionar ciertas ideas de nuestros mayores sin que nos importen tanto las consecuencias. Una vez alcanzada la juventud y, más tarde, la adultez, cuando ya no contamos con esa protección incondicional sino que somos responsables de nuestra propia vida, es normal que dejemos atrás la altanería en pos de una actitud más abierta.
Muchas veces se le dice dócil a la persona o la organización que obedece las instrucciones de los poderosos sin realizar ninguna objeción. Se conoce como prensa dócil al conjunto de los medios de comunicación y los periodistas afines al oficialismo: no publican noticias que afecten negativamente la imagen de los gobernantes, ocultando estadísticas económicas negativas, callando hechos de corrupción, etc. La prensa independiente, en cambio, no está atada a la voluntad del gobierno, sino que tiene la libertad de dar a conocer los hechos que considera trascendentes sin importar a quién pueden perjudicar.
Cuando la docilidad atenta contra la libertad, no hay forma de defenderla, y eso ocurre con la prensa dócil, que esconde o tergiversa la realidad impulsada por ciertos intereses, sin importarle los perjuicios que pueda causar a millones de personas. De hecho, un periodista que no cuenta la verdad también se perjudica a sí mismo, porque los dirigentes políticos a los cuales encubre no están llevando el país hacia el progreso y, tarde o temprano, eso se volverá en su contra, si ellos no lo traicionan antes.
La idea de dócil suele usarse respecto a los animales que presentan buen carácter y temperamento. Un perro dócil, por citar un caso, es aquel que no se muestra agresivo y que responde a las indicaciones de las personas que lo crían. Un caballo dócil, por otro lado, puede ser montado sin grandes esfuerzos.
El concepto incluso puede aplicarse a objetos. Un automóvil dócil es fácil de conducir gracias a sus características técnicas. Lo mismo puede decirse respecto a una motocicleta dócil.
De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española (RAE), las piedras y los metales que son dóciles pueden labrarse sin esfuerzo. Por su elasticidad, el cobre puede señalarse como un material dócil.