El enfado es una alteración del ánimo que provoca indignación, furia y/o anhelo de venganza o revancha. El concepto se emplea como sinónimo de enojo. Por ejemplo: «¿Todavía no se te ha ido el enfado por la discusión de esta mañana?», «Una pregunta del periodista causó el enfado del diputado», «El enfado de Juan se produjo porque su jefe le impidió salir antes de la oficina para ir a recoger a su hija a la escuela».
Una persona puede enfadarse por múltiples motivos. Supongamos que dos empresarios acuerdan reunirse en un bar para conversar sobre un posible acuerdo comercial. Uno de estos ejecutivos acomoda sus actividades del día y llega puntualmente a la cita: el otro, en cambio, no aparece. Luego de aguardar durante más de una hora, el hombre que está en el bar llama a su colega para saber qué ocurre y éste le dice que no podrá acudir al encuentro porque está muy ocupado. La respuesta provoca el enfado del individuo que esperó en vano y perdió su tiempo.
El enfado se puede expresar de distintas formas: con gritos, insultos o incluso agresiones físicas. De todos modos, hay quienes intentan no exteriorizar el enfado, guardando sus emociones.
Cómo revertir un enfado
Dada la multiplicidad de razones que pueden generar un enfado, también existe un sinfín de maneras de revertirlo. Cuando alguien comete algún tipo de falta y hace enfadar a otro sujeto, es habitual que le pida perdón para subsanar el error. Por lo general, las disculpas alcanzan para que el enfado se desvanezca poco a poco.
De todos modos, a veces no es suficiente con las disculpas para calmar el enfado ajeno, y esto no se debe ni a la gravedad de la falta ni al modo en el que se expresen las disculpas, sino a algún trastorno de quien las recibe. Estamos acostumbrados a vivir ignorando los problemas de salud que no hemos padecido ni han padecido nuestros seres queridos, tanto los físicos como los mentales, especialmente estos últimos. Por esta razón, cuando nos enfrentamos a ellos no solemos estar preparados ni mental ni emocionalmente.
Para una persona con algún problema psicológico, como puede ser el trastorno límite de la personalidad, una situación como la descrita anteriormente en la cual se ve forzada a esperar en vano a alguien que nunca llegará a su cita puede desembocar en un torbellino de ira y agresión que supere muchas veces la reacción de enfado considerada «normal».
Indicadores asociados a la cultura
Si bien es posible medir diferentes variables del organismo para determinar el grado de enfado de una persona, así como existen indicadores de otros estados de ánimo, como ser la alegría y el miedo, no podemos negar que la percepción natural varía en gran parte de acuerdo con cuestiones meramente culturales. En otras palabras, una misma reacción puede ser interpretada de varias formas diferentes, según el origen del observador.
Esto se puede comprobar fácilmente si comparamos el enfado de un individuo italiano con el de uno japonés, por ejemplo, ante la misma situación: muy probablemente, el primero desate una serie de improperios y ademanes, al mismo tiempo que su sangre fluya con fuerza y le hinche las venas de su cuello, mientras que el segundo exprese tímidamente su descontento y busque una solución pacífica.
Dichas diferencias culturales se encuentran dentro del límite de la normalidad, aunque a cada parte pueda costarle entender el comportamiento de la otra. Sin embargo, cuando entran en juego los trastornos de la personalidad, la sociedad tiende a espantarse con facilidad: si en lugar de palabras subidas de tono y gestos ofensivos, comunes en los países de sangre caliente, la reacción incluyera agresiones físicas y amenazas, la tolerancia el público se reduciría considerablemente.