Se denomina exterioridad a aquello que es externo o exterior. El término tiene varios usos de acuerdo al contexto.
La idea de exterioridad puede aludir al aspecto, la fachada o la apariencia de las cosas. Por ejemplo: “Aunque su exterioridad es muy bella, realmente me sorprendió el interior del edificio por su lujo”, “Es un hotel que no se destaca por su exterioridad, aunque sus habitaciones son confortables”, “Todas las casas del pueblo tienen su exterioridad pintada de blanco”.
En esta acepción, el término actúa como sinónimo de imagen y forma, además de los ya mencionados aspecto, fachada y apariencia. Si bien su significado es muy fácil de entender y lo necesitamos a diario para nuestro lenguaje coloquial, es cierto que solemos recurrir a cualquiera de sus sinónimos con mucha más frecuencia cuando deseamos señalar cómo se ve una cosa o un ser vivo.
La exterioridad como manifestación de la conducta
La exterioridad, por otra parte, es la conducta notoria o pública de una persona. La noción suele usarse sobre todo cuando alguien pretende aparentar una emoción o un estado anímico que no siente: “Me quedé con la exterioridad de mi abuelo sin saber que, en realidad, estaba triste”, “No es importante la exterioridad, sino los sentimientos genuinos”, “Su exterioridad denotaba un malestar profundo”.
La psicología se interesa en particular por esta acepción de exterioridad, que podemos considerar un complemento de la interioridad. Cada ser humano es potencialmente único, de manera que su desarrollo emocional e intelectual puede variar incluso del de otras personas de la misma edad que se críen bajo el mismo techo. Desde muy pequeños comenzamos a almacenar datos que usamos para procesar la información en la que basaremos la construcción de nuestra personalidad: cada estímulo, por insignificante que parezca, podrá verse reflejado en nuestra conducta.
Desarrollo de la interioridad
De este modo surge nuestra interioridad, ese espacio que representa nuestro núcleo, el punto más profundo de nuestro ser, donde guardamos nuestros secretos y nuestras verdaderas ideas, independientemente de que las compartamos con lo demás. Dicho de otra manera, la interioridad se complementa con la exterioridad porque necesita de ella para existir; aun en el caso extremo de un individuo que se mostrase sin ningún filtro, sin ocultar ni un rincón de su interioridad, debería hablarse de exterioridad para distinguir el plano en el que coloca sus ideas a la hora de exhibirlas del que tiene en su mente para almacenarlas.
Es por esta razón que los grandes actores son capaces de representar papeles que difieren completamente de sus formas de ser y que, con mayor frecuencia, casi todos nos presentamos frente al mundo evitando que nos vean como realmente somos. Resulta común oír el concepto de máscara usado en este contexto para hacer referencia al aspecto que elaboramos para tratar con el exterior, para ocultar ciertos secretos. Hasta cierto punto, este mecanismo es sano y beneficioso, pero en un extremo puede volverse enfermizo.
Otros usos del término exterioridad
Otra utilización del concepto se asocia a la ostentación, la pompa o lo superfluo: “Este gobierno siempre se queda en las exterioridades y no presta atención a los problemas básicos”, “Juan se la pasa pensando en la exterioridad”, “No quiero nada que tenga que ver con la exterioridad”.
Exterioridad, en tanto, aparece en el ámbito del derecho para aludir a una característica de las normas jurídicas. Antes de avanzar, es importante recordar que una norma tiene la finalidad de ordenar el comportamiento humano, otorgando derechos y estableciendo obligaciones que los individuos deben cumplir para evitar sanciones.
En este marco, la exterioridad refiere a la obligatoriedad de adecuar externamente la conducta al deber fijado, dejando de lado la intención del sujeto. Esto quiere decir que el cumplimiento se concreta según la norma sin importar la motivación ni los principios de la persona.