La etimología de funicular remite al vocablo latino funicŭlus, que se traduce como “cuerda”. El término permite nombrar a un vehículo que es traccionado a través de un cable, una soga, una cadena o un elemento similar.
El uso más habitual del concepto alude al ferrocarril funicular, que se emplea para ascender por terrenos con pendientes pronunciadas mediante el uso de cables. Este tipo de vehículo no cuenta con capacidad propia de desplazamiento: la movilidad está dada por un motor que permite accionar una polea, la cual mueve el cable empleado para la tracción. Los funiculares, de todos modos, cuentan con sistemas de frenado propio por si se registra algún problema en el cable, en la polea o en el motor.
El funcionamiento de un funicular es similar al de un ascensor o elevador, aunque los funiculares circulan sobre rieles. Por lo general se trata de dos cabinas de las cuales una sube y la otra baja, aprovechando la energía potencial.
Es posible encontrar funiculares en muchos países. La ciudad chilena de Valparaíso, por ejemplo, es famosa por sus funiculares que facilitan el ascenso a los cerros. El primero de estos ascensores comenzó a funcionar en 1883.
La capital chilena también dispone de funiculares: se encuentra en el Parque Metropolitano de Santiago. Estos fueron inaugurados en 1925 para favorecer la llegada a la parte superior del cerro San Cristóbal.
El funicular de Montjuïc, por otra parte, es un transporte público que permite dirigirse desde Barcelona hasta la montaña de Montjuïc. El sistema, que cuenta con dos estaciones, recorre casi 800 metros y permite ascender 76 metros.
Es importante señalar que el funicular es una de las creaciones más antiguas del ser humano para realizar trayectos a sitios de gran altura, inaccesibles o demasiado peligrosos para hacerlos a pie. Su invención tuvo lugar hace más de un siglo, aunque algunos estudiosos señalan que hay pruebas de su existencia en el siglo XVII.
No olvidemos que por varios siglos sólo unas pocas personas podían llegar a las cimas más imponentes: ya fueran las más adineradas o quienes contaban con la mayor preparación física, se trataba de una auténtica élite que podía llevar a cabo expediciones que no estaban al alcance de la mayoría. Gracias a la llegada de los funiculares, y más adelante de los teleféricos, se disolvió tal línea para permitir a cualquier persona conocer estos impactantes paisajes.
Mientras que en la actualidad ninguna persona ajena al mundo del alpinismo se imagina ascender a algunos de los picos más altos sin la ayuda de un funicular, sobra decir que para su fabricación fue necesario el trabajo de mucha gente en situaciones realmente peligrosas. La comodidad que nos ofrece esta tecnología, que ha avanzado mucho desde sus inicios, enfrenta a los amantes del riesgo y a los que simplemente desean conocer las montañas sin realizar ningún esfuerzo físico.
Algo similar ocurre con los refugios: mientras que los temerarios alpinistas sostienen que no es necesario el lujo y la sofisticación, sino que basta con enfocarse en la protección, muchos exigen un despliegue de tecnología arquitectónica para ofrecer una experiencia similar a la de un hotel cinco estrellas.
Según los historiadores, el primer funicular español conocido es el del Tibidabo; se construyó en la Serra de Collserola, Barcelona, en 1901. Por otro lado, uno de los más modernos, el de Mamariga, data de 2010 y se encuentra en el municipio de Santurce, en País Vasco. Entre las razones que impulsaron el surgimiento y el desarrollo del funicular como medio de transporte hacia y desde los picos montañosos se encuentran el turismo y el crecimiento de la población en regiones con acentuados desniveles.