La raíz etimológica de geisha se encuentra en dos vocablos de la lengua japonesa: gei (que se traduce como “artes”) y sha (traducible como “persona”). Una geisha es una mujer que, en Japón, fue aleccionada para la ceremonia del té y para la música y la danza, permitiéndole animar diversos eventos sociales.
Puede decirse que una geisha es una artista formada desde la infancia o la adolescencia. Entre los siglos XVIII y XIX, una gran cantidad de japonesas eran geishas, mientras que en la actualidad el número de geishas se ha reducido.
Las geishas eran educadas en establecimientos especiales (casas de geisha). Allí, al llegar, cumplían con distintos encargos, asistían a las más experimentadas y desarrollaban tareas de limpieza. Cinco o seis años después, gracias al aprendizaje, se convertían en profesionales del entretenimiento y podían alcanzar cierta fama y reconocimiento.
Muchas veces se vincula a las geishas con la prostitución. Sin embargo, aunque su trabajo puede incluir coqueteos o insinuaciones cuando asisten a reuniones masculinas, la actividad sexual no forma parte de su labor. Una geisha puede aceptar mantener una relación íntima con un cliente, pero dicha decisión trasciende el rol de geisha.
De todas formas, existen especulaciones sobre estas cuestiones y hasta respecto a la venta de la virginidad de una geisha. Por eso, sobre todo en el mundo occidental, es habitual que se considere erróneamente que una geisha es una prostituta.
Cabe mencionar que el trabajo de la geisha no sólo tiene lugar en reuniones de hombres, sino que también puede llevarse a cabo para un grupo de mujeres, o incluso mixto.
Si nos enfocamos en la historia de este concepto japonés, notaremos otro dato muy curioso, que poco tiene que ver con la idea que tenemos de él en occidente: en un comienzo, la mayoría de las personas que se convertían en geishas eran hombres. Esto nos aleja aún más de la relación que muchos hacen entre geisha y prostituta, aunque para distinguir ambas nociones basta con conocer la formación multidisciplinaria que reciben las primeras como condición para asumir su rol.
Uno de los elementos fundamentales de la actuación de la geisha es un incienso que se usa para medir la duración del espectáculo: el entretenimiento se acaba cuando éste se extingue. En el pasado había una clara distinción entre las geishas de ciudad y las de barrio: si bien ambas entretenían a su público de la misma forma, haciendo uso de sus vastos conocimientos artísticos, el incienso que usaban las últimas duraba menos, ya que su audiencia era menos numerosa.
La demanda de las geishas -y en este caso incluimos tanto los hombres como las mujeres geishas- creció a medida que el nivel artístico de las cortesanas fue disminuyendo. En el siglo XVII, los clientes de las cortesanas ya no las contrataban porque les molestaba que ellas no fueran libres de viajar a otros distritos, ya que ni siquiera podían salir de sus casas. Esta pérdida de interés significó el comienzo de una nueva vida para muchas de estas mujeres.
La razón por la cual en la actualidad vinculamos solamente a la mujer con el rol de la geisha se debe a que el número de hombres dedicados a esta forma de entretenimiento comenzó a descender hacia el siglo XIX. Con el tiempo, los propios japoneses dejaron de asociar el término a los hombres.
En cuanto a la apariencia de las geishas, el look va cambiando a medida que la mujer crece. Por lo general, la geisha se maquilla el rostro con una base blanca, con adornos en negro y rojo. La vestimenta tradicional, en tanto, es el kimono.